juanitorisuelorente -
martes, 14 de enero de 2014
OLIVARES
Recuerdo mis vivencias en ellos de adolescencia. Mi primer jornal, simbólico, cinco pesetas que me dio mi abuelo como premio a mi buen hacer.
El trabajo, entonces, tenía una excesiva juventud, luces débiles como inicio preciso, como infame urgencia. Yo fui una de ellas. Su urgencia envejeció los libros. Su prematura muerte la provocó la fatiga en el mar de los sueños.
Los catorce festejaron mi indefensión con look de complacencia. Albores que discurrieron por la costumbre, y bajo el peso de la necesidad. Los olivos abrieron la puerta al reverso de los juegos, para al fin alzar su sombra y oscurecer cada día.
No fue lo que quise, pero ya solo pude continuar con su peso a cuestas.
Luego, tras años y años de puntual, elegida y deshojada lluvia, agoniza lo creado, y el azar me devuelve a los inicios en un año de enorme cosecha, si ha de discurrir el momento donde hay futuro.
Y así, enredado en su dureza, en su nuevo modo y efímera gracia, vuelvo a saber de sus días, de los zigzag a la lluvia, de su presencia derramada, su porqué infinito. Y todo junto a conocidos, nuevos, esperanzados rostros, sus nombres, y sin un después, que será mañana.
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