juanitorisuelorente -

lunes, 21 de octubre de 2013

ROJO (De "En cierto sentido")























El cañón de la pistola del detective Angulo presionó el corazón de Amarillo y apretándole con su mano la yugular le obligó a iniciar sus primeros pasos de canto y ballet.
  • Cenicienta olvidó las bragas – confesó en un idioma impropio
  • ¡Puerca miseria!, ¿las bragas?, ¡jodida fetichista!, eso lo explica todo
Angulo apretó con su manaza algo más si cabe la garganta del chino
  • Son rojas – dijo “Amarillo” y como pudo sacó del bolsillo un tanga rojo de encaje

Angulo cambió el cuello por el tanga y el chino respiró aliviado.
  • Ahora siéntate y cuéntamelo todo
Amarillo fue desmadejando el hilo.
  • Don Cosme ligaba con la Bibi pero se tiró a la rubia. Querían una sesión racial y por eso llevaron a mi amigo Chag. Dice que se excitaban esos hijos de puta al compararlos en pelotas
  • Al grano “Amarillo”
  • El señor grandote, Don Cosme, se fue con la rubia de rojo. Chang cogió a su negra y les siguió. Se escondió tras una cortina. La rubia gritaba como una condenada y D. Cosme estuvo todo el tiempo en pompa como un pasmarote. Le pareció raro
  • ¿Se llevó los calzoncillos?
Amarillo se encogió de hombros. Pero la deducción era clarísima
  • A lo mejor se los llevó puestos y dejó allí las bragas
  • ¿Cómo sabes su nombre?... ¿la seguiste?
  • Todos la conocen aunque nadie sabe de qué agujero ha salido. Aparece en todos los jaleos y la llaman Cenicienta porque siempre olvida algo
Angulo lanzó un billete de cincuenta al aire y el chino no dejó que aterrizara.
  • Tengo doscientos si averiguas donde está la rubia. ¡Ah! – sujetó al chino por el cuello al ver que iniciaba la carrera – no cuentes nada a nadie. Don Cosme está muy enfadado


Don Cosme tenía todo, un palacete reformado en la sierra y dinero para todos sus caprichos, una mujer hermosa y algún hijo que crecía deprisa, también ciento sesenta kilos abrigando el esqueleto y una vida plácida aunque siempre hay algún tema que la jode.
Angulo tomaba un whisky en “el Malena” y evocaba todo lo sucedido un día antes. La llamada de aquel ricachón cuando lo cercaba la miseria. Un trabajo de verdad, no por esperado menos sorpresivo. Tuvo que darle a su aspecto un cambio radical a la carrera, lavarse, pelarse, inventar una excusa para obligar a María a remendar y planchar su traje de pana. El resto fue un sueño, su subida en taxi a la sierra, el protocolo que sufrió con gusto hasta que estuvo frente a ese gran hombre, su aparición relámpago acompañado de un sujeto albino para vocearle:
  • Quiero que encuentres a esa puta, que recuperes mis calzoncillos, que me la traigas cogida de los huevos. Te pagaré lo que sea
El tipo albino le puso al corriente. Con él concertó los honorarios. Era su administrador, Angulo pensaba que también un lameculos pero con mala leche. Recibió un anticipo. Más dinero que en todo lo cobrado éste año y ya iba para diez meses.
Estaba eufórico. Basculaba los whiskys de un trago y Juancho no tardó en pedirle cuentas.
  • ¿Tendrás para pagarme?, ya no te apunto ni un céntimo
Angulo lo agarró por la nariz y estiró con fuerza hasta que casi le hizo rozar un billete de cien euros que había puesto sobre el mostrador.
  • Tengo un buen trabajo. Hoy soy feliz, Juancho
  • ¿Y la deuda?
  • ¡Hombre, no la jodas!, a tanto no llego
  • Juan Angulo, eres un hijo de puta
  • Eso no puede ser. Ya sabes que no tuve madre. Yo nací de mi abuela
Juancho rió y siguió a lo suyo. No era mal cliente a pesar de todo, de esos que pierden el sabor con el segundo pelotazo y puedes darle matarratas sin que se den cuenta. Un buen cliente y un buen amigo.



Angulo se levantó temprano, sobre las diez, para tomarse el carajillo en “la Dehesa”. Luego volvió a la oficina, más que nada para visitar a su secretaria.
Antes de entrar, como siempre, apoyado en el quicio de la puerta de la casa de enfrente, revisa la casa ruinosa de planta baja heredada de su abuela maldiciendo la diferencia abismal entre ricos y pobres aunque hoy con menos énfasis que otras veces.
María, que rebosaba salud dentro el escueto top y la minifalda, volvió a recordarle con desgana que nadie había llamado.

  • Me aburro, jefe
  • La vida es aburrida, María – dijo tirándose al sufrido sofá, abriendo el cinturón y bajando la cremallera del pantalón por el camino – tremendamente monótona y aburrida – pensó que estallaría de alegría al contarle la buena nueva, también que le debía ocho meses de sueldo y querría cobrarlos – todos tenemos las mismas necesidades, los mismos sueños. Es cierto, María, pero así es la cosa. La vida es aburrida, terriblemente aburrida – se baja los pantalones, los calzoncillos, su pene comienza a despabilarse - ¿Qué podemos hacer sino poner lo que esté en nuestra mano para remediarlo?, unirnos para que sea menuda la carga, avivar las brasas por si aún queda algo por salvar…
  • - No necesito tanta monserga. Dime al menos que me quieres
  • Te quiero, nena. Pero eso ya lo sabes
María se acerca resignada. Su sexto sentido percibe algo.
  • Te conozco, Juan Angulo. Algo tienes entre manos. Espero que no sea una mujer
  • Para mí sólo existe una mujer
  • ¿De verdad me quieres?
  • ¡Qué tonta eres!



Roncó todo el día sentado en su sillón con lo pies sobre la mesa salvo un pequeño lapsus para devorar un pizza. Oscurecía cuando se despidió de María para iniciar la ronda por los pubs buscando la cena. Whisky nacional con tapeo de queso y jamón.
Anduvo unos cuantos y nadie tenía ni idea del paradero de una rubia vestida de rojo.
Estaba en “La Gruta”, cuando sonó el móvil.
  • Soy “Amarillo”. Traiga a la esquina de Correos los doscientos
  • Son ciento cincuenta, listillo
Una farola en la espalda de Angulo envolvió de oscuridad al chino que parecía un pobre con la mano extendida. El regateo de “Amarillo” acabó cuando apoyó Angulo la mano sobre un costado, el presumible lugar donde guardaba su pistola.
  • Se llama Maika y trabaja en el Pub que hay detrás de la parada de autobuses, el “Panter”. Dicen que le molan los tíos grandes y que siempre viste de rojo
El chino agarró los tres billetes de cincuenta que colgaban de la mano de Angulo y salió a toda leche.
Angulo comprobó la pistola, sacó el cargador y no llevaba balas, también la cartera y respiró al ver brillar dos billetes de cien euros. Respiró hondo. Puso su peor gesto de enfado y enfiló la cuesta debajo de la ancha avenida hacia la parada de autobuses.
El “Panter” era un tugurio soterrado, pequeño en su zona común y un mundo en la más absoluta oscuridad, decenas de paneles de aluminio formando un intrincado laberinto.
La camarera, con ojos de sapo pero con buenas tetas, le ofreció su décimo whisky de la noche. Luego apoyó los codos y las tetazas sobre la barra a un palmo de la nariz de Angulo.
  • No te he visto antes por aquí – le sonrió con picardía
  • Vivo por encima de la Catedral y de noche bajo poco por aquí. Busco a una amiga
  • ¿Amiga?, hoy sólo me tienes a mí
  • Es rubia, siempre viste de rojo

La voluptuosa camarera hizo un gesto agrio y se despegó de la barra como por un resorte.

  • ¿Maika?
Angulo asintió a su gesto de asco.
  • Está ocupada, no tardará en salir – refunfuño sentándose en un taburete al otro lado de la barra
Pasó un buen rato. Entre whisky y whisky rellenaba con el humo de su Farias la atmósfera infecta de mil olores nauseabundos.
Al fin salió la rubia. Angulo siguió con cara de bobo el contoneo hasta la barra de una diosa. Una diosa con blusa transparente y minifalda. Angulo se eclipsó en sus pechos, sin duda recauchutados, en el carmín desparramado por una cara bellísima, en sus piernas largas, infinitas…
  • Jodido Don Cosme – pensó – sólo quiere volver a verla
La rubia pidió un gin tonic y la morena le hizo un gesto.
  • ¿Me buscaba? – dijo dirigiéndose a Angulo con voz algo ronca
  • Un amigo me ha hablado bien de usted. ¿Podríamos hablar en privado?
La rubia se recreó un instante en el corpachón de Angulo.
  • La tarifa mínima son cien euros
  • No se preocupe...
  • Por adelantado
Maika guardó los cien euros en el bolso y se dirigía a un rincón oscuro. Angulo le cogió la mano.
  • Prefiero un lugar más discreto. Te pagaré bien
  • Tengo una habitación enfrente

La pensión “Las Luces” era un lugar lúgubre al que se accedía por una empinada escalera de un solo tramo.
Maika subía los escalones contoneando su trasero como un barco en una tormenta. Angulo comenzaba a marearse.
Un pasillo descolorido y mugriento les condujo a una puerta al fondo que cerraba una pequeña habitación con una cama desecha y un mini cuarto de baño.
  • Desnúdate, amor. Tiéndete sobre la cama – le susurró la rubia con tono lascivo
Maika desnudó sus pechos. El lado humano de Angulo le conminaba a tirar la chaqueta, arrancarse de cuajo la camisa, rajarse los calzoncillos, tirarse a ella como un energúmeno, pero la profesión va por dentro y en este momento tan inoportuno recordó a Don Cosme y a sus necesarios seis mil euros.
  • ¿Conoces a Don Cosme? – le preguntó sin pensarlo
  • ¿Quién, tú quién cojones eres? – gritó la rubia al verse encañonada por una Beretta del 81
De un salto, la rubia sacó un espray del bolso y le roció la cara dejándole aturdido y medio cegado. Le tumbó en la cama de una patada en el pecho y abrazó sus manos a los hierros del cabecero con una cuerda. Volvió a hurgar en su bolso, sacó una jeringa y preparó un tranquilizante.
Angulo notó a sus pantalones alejarse y el calor anidado de sus calzoncillos mientras, a pesar del escozor, redimía sus fuerzas a una paz agradable. Veía cada vez más nebulosa la imagen de la inmensa rubia con el tanga rojo de encaje y un bulto que no correspondía en sus partes íntimas.
  • ¡Puerca miseria!
La rubia se quitó el tanga y lo tiró sobre la cama. Hizo ademán de enfundarse los calzoncillos pero los tiró con gesto de asco.
Se abrió la puerta de la habitación de una patada cuando se disponía a encularlo y se oyó un golpe.

Angulo recordó al cielo viendo la figura de María enarbolando una tranca antes de sumergirse en el más profundo sueño.  

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