El cañón de la pistola del detective
Angulo presionó el corazón de Amarillo y apretándole con su mano
la yugular le obligó a iniciar sus primeros pasos de canto y ballet.
- Cenicienta olvidó las bragas – confesó en un idioma impropio
- ¡Puerca miseria!, ¿las bragas?, ¡jodida fetichista!, eso lo explica todo
Angulo apretó con su manaza algo más
si cabe la garganta del chino
Angulo cambió el cuello por el tanga y
el chino respiró aliviado.
- Ahora siéntate y cuéntamelo todo
Amarillo fue desmadejando el hilo.
- Don Cosme ligaba con la Bibi pero se tiró a la rubia. Querían una sesión racial y por eso llevaron a mi amigo Chag. Dice que se excitaban esos hijos de puta al compararlos en pelotas
- Al grano “Amarillo”
- El señor grandote, Don Cosme, se fue con la rubia de rojo. Chang cogió a su negra y les siguió. Se escondió tras una cortina. La rubia gritaba como una condenada y D. Cosme estuvo todo el tiempo en pompa como un pasmarote. Le pareció raro
- ¿Se llevó los calzoncillos?
Amarillo se encogió de hombros. Pero
la deducción era clarísima
- A lo mejor se los llevó puestos y dejó allí las bragas
- ¿Cómo sabes su nombre?... ¿la seguiste?
- Todos la conocen aunque nadie sabe de qué agujero ha salido. Aparece en todos los jaleos y la llaman Cenicienta porque siempre olvida algo
Angulo lanzó un billete de cincuenta
al aire y el chino no dejó que aterrizara.
- Tengo doscientos si averiguas donde está la rubia. ¡Ah! – sujetó al chino por el cuello al ver que iniciaba la carrera – no cuentes nada a nadie. Don Cosme está muy enfadado
Don Cosme tenía todo, un palacete
reformado en la sierra y dinero para todos sus caprichos, una mujer
hermosa y algún hijo que crecía deprisa, también ciento sesenta
kilos abrigando el esqueleto y una vida plácida aunque siempre hay
algún tema que la jode.
Angulo tomaba un whisky en “el
Malena” y evocaba todo lo sucedido un día antes. La llamada de
aquel ricachón cuando lo cercaba la miseria. Un trabajo de verdad,
no por esperado menos sorpresivo. Tuvo que darle a su aspecto un
cambio radical a la carrera, lavarse, pelarse, inventar una excusa
para obligar a María a remendar y planchar su traje de pana. El
resto fue un sueño, su subida en taxi a la sierra, el protocolo que
sufrió con gusto hasta que estuvo frente a ese gran hombre, su
aparición relámpago acompañado de un sujeto albino para vocearle:
- Quiero que encuentres a esa puta, que recuperes mis calzoncillos, que me la traigas cogida de los huevos. Te pagaré lo que sea
El tipo albino le puso al corriente.
Con él concertó los honorarios. Era su administrador, Angulo
pensaba que también un lameculos pero con mala leche. Recibió un
anticipo. Más dinero que en todo lo cobrado éste año y ya iba para
diez meses.
Estaba eufórico. Basculaba los whiskys
de un trago y Juancho no tardó en pedirle cuentas.
- ¿Tendrás para pagarme?, ya no te apunto ni un céntimo
Angulo lo agarró por la nariz y estiró
con fuerza hasta que casi le hizo rozar un billete de cien euros que
había puesto sobre el mostrador.
- Tengo un buen trabajo. Hoy soy feliz, Juancho
- ¿Y la deuda?
- ¡Hombre, no la jodas!, a tanto no llego
- Juan Angulo, eres un hijo de puta
- Eso no puede ser. Ya sabes que no tuve madre. Yo nací de mi abuela
Juancho rió y siguió a lo suyo. No
era mal cliente a pesar de todo, de esos que pierden el sabor con el
segundo pelotazo y puedes darle matarratas sin que se den cuenta. Un
buen cliente y un buen amigo.
Angulo se levantó temprano, sobre las
diez, para tomarse el carajillo en “la Dehesa”. Luego volvió a
la oficina, más que nada para visitar a su secretaria.
Antes de entrar, como siempre, apoyado
en el quicio de la puerta de la casa de enfrente, revisa la casa
ruinosa de planta baja heredada de su abuela maldiciendo la
diferencia abismal entre ricos y pobres aunque hoy con menos énfasis
que otras veces.
María, que rebosaba salud dentro el
escueto top y la minifalda, volvió a recordarle con desgana que
nadie había llamado.
- Me aburro, jefe
- La vida es aburrida, María – dijo tirándose al sufrido sofá, abriendo el cinturón y bajando la cremallera del pantalón por el camino – tremendamente monótona y aburrida – pensó que estallaría de alegría al contarle la buena nueva, también que le debía ocho meses de sueldo y querría cobrarlos – todos tenemos las mismas necesidades, los mismos sueños. Es cierto, María, pero así es la cosa. La vida es aburrida, terriblemente aburrida – se baja los pantalones, los calzoncillos, su pene comienza a despabilarse - ¿Qué podemos hacer sino poner lo que esté en nuestra mano para remediarlo?, unirnos para que sea menuda la carga, avivar las brasas por si aún queda algo por salvar…
- - No necesito tanta monserga. Dime al menos que me quieres
- Te quiero, nena. Pero eso ya lo sabes
María se acerca resignada. Su sexto
sentido percibe algo.
- Te conozco, Juan Angulo. Algo tienes entre manos. Espero que no sea una mujer
- Para mí sólo existe una mujer
- ¿De verdad me quieres?
- ¡Qué tonta eres!
Roncó todo el día sentado en su
sillón con lo pies sobre la mesa salvo un pequeño lapsus para
devorar un pizza. Oscurecía cuando se despidió de María para
iniciar la ronda por los pubs buscando la cena. Whisky nacional con
tapeo de queso y jamón.
Anduvo unos cuantos y nadie tenía ni
idea del paradero de una rubia vestida de rojo.
Estaba en “La Gruta”, cuando sonó
el móvil.
- Soy “Amarillo”. Traiga a la esquina de Correos los doscientos
- Son ciento cincuenta, listillo
Una farola en la espalda de Angulo
envolvió de oscuridad al chino que parecía un pobre con la mano
extendida. El regateo de “Amarillo” acabó cuando apoyó Angulo
la mano sobre un costado, el presumible lugar donde guardaba su
pistola.
- Se llama Maika y trabaja en el Pub que hay detrás de la parada de autobuses, el “Panter”. Dicen que le molan los tíos grandes y que siempre viste de rojo
El chino agarró los tres billetes de
cincuenta que colgaban de la mano de Angulo y salió a toda leche.
Angulo comprobó la pistola, sacó el
cargador y no llevaba balas, también la cartera y respiró al ver
brillar dos billetes de cien euros. Respiró hondo. Puso su peor
gesto de enfado y enfiló la cuesta debajo de la ancha avenida hacia
la parada de autobuses.
El “Panter” era un tugurio
soterrado, pequeño en su zona común y un mundo en la más absoluta
oscuridad, decenas de paneles de aluminio formando un intrincado
laberinto.
La camarera, con ojos de sapo pero con
buenas tetas, le ofreció su décimo whisky de la noche. Luego apoyó
los codos y las tetazas sobre la barra a un palmo de la nariz de
Angulo.
- No te he visto antes por aquí – le sonrió con picardía
- Vivo por encima de la Catedral y de noche bajo poco por aquí. Busco a una amiga
- ¿Amiga?, hoy sólo me tienes a mí
- Es rubia, siempre viste de rojo
La voluptuosa camarera hizo un gesto
agrio y se despegó de la barra como por un resorte.
- ¿Maika?
Angulo asintió a su gesto de asco.
- Está ocupada, no tardará en salir – refunfuño sentándose en un taburete al otro lado de la barra
Pasó un buen rato. Entre whisky y
whisky rellenaba con el humo de su Farias la atmósfera infecta de
mil olores nauseabundos.
Al fin salió la rubia. Angulo siguió
con cara de bobo el contoneo hasta la barra de una diosa. Una diosa
con blusa transparente y minifalda. Angulo se eclipsó en sus pechos,
sin duda recauchutados, en el carmín desparramado por una cara
bellísima, en sus piernas largas, infinitas…
- Jodido Don Cosme – pensó – sólo quiere volver a verla
La rubia pidió un gin tonic y la
morena le hizo un gesto.
- ¿Me buscaba? – dijo dirigiéndose a Angulo con voz algo ronca
- Un amigo me ha hablado bien de usted. ¿Podríamos hablar en privado?
La rubia se recreó un instante en el
corpachón de Angulo.
- La tarifa mínima son cien euros
- No se preocupe...
- Por adelantado
Maika guardó los cien euros en el
bolso y se dirigía a un rincón oscuro. Angulo le cogió la mano.
- Prefiero un lugar más discreto. Te pagaré bien
- Tengo una habitación enfrente
La pensión “Las Luces” era un
lugar lúgubre al que se accedía por una empinada escalera de un
solo tramo.
Maika subía los escalones contoneando
su trasero como un barco en una tormenta. Angulo comenzaba a
marearse.
Un pasillo descolorido y mugriento les
condujo a una puerta al fondo que cerraba una pequeña habitación
con una cama desecha y un mini cuarto de baño.
- Desnúdate, amor. Tiéndete sobre la cama – le susurró la rubia con tono lascivo
Maika desnudó sus pechos. El lado
humano de Angulo le conminaba a tirar la chaqueta, arrancarse de
cuajo la camisa, rajarse los calzoncillos, tirarse a ella como un
energúmeno, pero la profesión va por dentro y en este momento tan
inoportuno recordó a Don Cosme y a sus necesarios seis mil euros.
- ¿Conoces a Don Cosme? – le preguntó sin pensarlo
- ¿Quién, tú quién cojones eres? – gritó la rubia al verse encañonada por una Beretta del 81
De un salto, la rubia sacó un espray
del bolso y le roció la cara dejándole aturdido y medio cegado. Le
tumbó en la cama de una patada en el pecho y abrazó sus manos a los
hierros del cabecero con una cuerda. Volvió a hurgar en su bolso,
sacó una jeringa y preparó un tranquilizante.
Angulo notó a sus pantalones alejarse
y el calor anidado de sus calzoncillos mientras, a pesar del escozor,
redimía sus fuerzas a una paz agradable. Veía cada vez más
nebulosa la imagen de la inmensa rubia con el tanga rojo de encaje y
un bulto que no correspondía en sus partes íntimas.
- ¡Puerca miseria!
La rubia se quitó el tanga y lo tiró
sobre la cama. Hizo ademán de enfundarse los calzoncillos pero los
tiró con gesto de asco.
Se abrió la puerta de la habitación
de una patada cuando se disponía a encularlo y se oyó un golpe.
Angulo recordó al cielo viendo la
figura de María enarbolando una tranca antes de sumergirse en el más
profundo sueño.
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