- Hola
Su
saludo ondea en mi duermevela, y me vacila. Acompaña a una frase que
he repetido en él decenas de veces, y que olvidaré si no anoto.
Enciendo la luz. Son las tres de la madrugada.
- No me gusta lo que haces – le reprocho, tras culebrear en la pagina en blanco: “Está. Crece solo de saberlo”
Me
mira como siempre hace, altiva, sonriente, algo
distante, plena
siempre de hermosura.- Anoche estuve dos horas esperándote – le espeto con sequedad – podría haberlo hecho solo, pero para qué, si siempre me lo tachas. Eres la hostia.
Hace
ademán de contestarme. Extiende su mano. Le pido que espere. Me
viene a la mente el segundo verso: “Lo escrito deja un rastro de
estelas de mar”.
Leo.
Lo que escribo carece de sentido, aunque tenga una idea vaga en la
cabeza, algo que quiero expresar sobre una mujer cuyo rostro tengo
ante mis ojos.
Ella
la mira, sabe lo que quiero mejor que yo, sabe que la quiero, que
deseo decírselo, pero sin decirle absolutamente nada.
Luego
me mira a mí. Es hermosa, siento que me dice, y una gran mujer.
- Lo sé
Quedo
un instante en blanco. Necesito algo que levante el poema. Que sea
eje de su fuerza. Algo que solo ella haga suyo, sepa suyo.
Digo
dos o tres frases, y todas las rechaza. Asgo con fuerza solo la
primera palabra, luego dudo entre dos, pero ella me dice que no.
Vuelvo a mirar a mi niña, cierro los ojos y me recreo en algo que
hemos vivido, muy reciente, parco en palabras.
Lo
comparto con ella, vuelve a pensar de mí: “Tallado en piedra
confunde la palabra nunca”.
- ¿Qué quiero, qué quieres decir? - ahondo en su significado
“Existe
contradiciendo su inexistencia”, he de anotar sin que me deje
respirar.
Entonces
reculo. Y releo: “Está. Crece/ solo de saberlo./ Lo escrito deja
un rastro/ de estelas de mar. Tallado/ en piedra confunde la palabra/
nunca. Existe contradiciendo/ su inexistencia...”
- Su inexistencia...su inexistencia... - susurro - ¡existe, claro que existe....!, aún distante – digo dirigiéndome a mi niña con un cariño inmenso
Luego
levanto los ojos hacia ella, ella que repite “Distante”, y añade,
“de ser, siendo”.
Me
recorre un escalofrío. “Distante de ser, siendo”. Qué auténtica
verdad. Porque ella está, y no necesitamos otra explicación.
Me
encanta. El poema va por buen camino. Lo releo. Una y otra vez.
Pienso ahora en su extensión, si recrearme en otros cuatro o cinco
versos más. No tengo sueño. La imagen de mi niña no deja de
mirarme, en su mirada percibo su dulce ternura, e imagino que siente
el mismo amor que yo le profeso.
Regreso
a mi musa. Pero su imagen se ha desvanecido. Mi mente se ha quedado
algo fría.
- Eres la hostia – le repito a la nada más absoluta
Es
la hostia. Vuelve a dejarme colgado. Y yo tengo mi amor propio. Sabe
que es imprescindible, pero ya estoy harto de que su santa voluntad
me toque tanto los cojones. Así que este poema lo acabo yo por eso
mismo. Ya está, ni musa ni hostias.
Pienso
un rato....un rato largo.......joder, demasiado largo.....
Releo
de nuevo lo escrito. Hoy no doy para más. Creo que voy a conformarme
con lo que hay. Y me repito resignado: ya está, está, y no
necesitamos otra explicación.
Lo
añado, y me resigno a su suerte:
ESTÁ
Está. Crece
solo se saberlo.
Lo escrito deja un rastro
de estelas de mar. Tallado
en piedra confunde la
palabra
nunca. Existe contradiciendo
su inexistencia. Distante
de ser, siendo. Está. Y no
necesitamos
otra explicación.
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