juanitorisuelorente -

lunes, 9 de julio de 2012

LOLA

TRES CAPÍTULOS AL TUN TUN DE MI NOVELA "LOLA" -DE 2005 Y SIN PUBLICAR- Y QUE MENCIONAN NUESTRAS CERCANAS FIESTAS.
LOLA, MI HEROÍNA, BIEN ENTRADA EN CARNES DISFRUTA AL FIN DEL AMOR DE ALBERTO, SU ESQUELETO ANDANTE.


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20



Al anochecer del diecisiete de julio y tras unos turbulentos cohetes se encendió el alumbrado, hecho que inauguraba  las fiestas de la ciudad. Como era habitual, el calor insoportable era compulsado, en mayor o menor grado, por la velocidad de los abanicos o el enfatizado de la frase “qué calor”, generalizada y compartida, porque siempre aplasta el presente al pasado, frío en el recuerdo.

Se dispersaban las gentes que habían abarrotado la plaza de la Constitución y aguantado, estoicas, el pregón, ese efluvio de frases de arraigo desgarrado de un nuevo paisano ilustre, monologo coral para quién relata y un coñazo repetitivo para los oídos que lo sufren. Son los pasos obligados de sus fiestas para  todo bailenense que se precie, un rato tedioso que pronto alegrará  una cerveza fría y el tapeo.
 Lola, como un ocho mil entre la cordillera de cabezas y atrapada por la novedad, no perdió de la arenga del pregonero ni un solo acento con su novio solapado a ella.
Aquello había acabado y se dieron la mano para pasear lanzándose continuos reojos tiernos y punzantes.
-          ¿Dónde vamos, cariño?
-          Donde tú quieras, amor
No pasaban desapercibidos entre la gente pero les resbalaban las miradas. Lola lucía orgullosa una falda azul y una camisa blanca que le había hecho su madre de unos retales que eligió del mercadillo; la falda correctísima cubriéndole medias nalgas y un sujetador nuevo, con corrector, en el que se dispersaba y disimulaba en la camisa un poco el volumen. Se sentía estupenda con su imagen edulcorada, más acorde a Alberto que ganaba espacio visual con sus pantalones vaqueros bombachos y su culo perdido, camisa rosa fucsia inflada como una bolsa. Una pareja feliz y enamorada paseando su amor entre la gente, deseando vivir intensas y desde su inicio las fiestas de la ciudad como nunca, ninguno, había hecho.
 El abanico de actividades parecía interesante. Lola había escrutado el librote de fiestas  (mayoría de artículos y anunciantes) y acabó de batalla hasta el gorro. Páginas y más páginas en perpetua alegoría del recuerdo a una batalla, importante y decisiva en su momento como tantas batallas donde el opresor es derrotado. Tórrida  efusión en artículos y datos fechados, eclosionando los hechos, machacándolos hasta la cagalera, ensalzando los nombres y su valentía y arrojo, y a pesar del plomo Lola lo leyó con interés porque este año era de ruptura a todo lo vivido antes, iba a vivir las fiestas con pasión porque estaba enamorada, dos cosas quizá atípicas, equidistantes, a lo mejor contraproducentes  pero que ella había batido juntas.
-          ¿Sabías que hicimos dieciocho mil prisioneros? – arrancó Lola sin venir a cuento
-          ¿Qué, tú? – rió Alberto
-          Lo he leído en el programa. ¡Menudo golpe a su superioridad y arrogancia!
-          Tal vez fue eso lo que les hizo caer derrotados. No se lo tomaron demasiado en serio. La confianza es un temible enemigo
-          Me hubiese gustado estar cerca  y repartir caña a esos malditos franceses
-          No seas absurda. Hay que rezar para que esas cosas no ocurran
-          Pues para esta ciudad ha sido como una isla para un naufrago
-          Es sólo imagen y política, ¿no lo entiendes?. Un motivo convincente para la promoción de la ciudad y de sus políticos. ¿A quién le importa la batalla?. Se rememora y es un cúmulo y un intercambio, amor
-          Ocurrió aquí y es lícito explotarla
-          Tenemos todo el derecho de sentirnos unos verdaderos héroes
   -    Yo no soy de aquí, ya lo sabes
-          ¡Mecachis!
-          Tú eres mi héroe, cariño
-          Y te defenderé a capa y espada de cualquier francés mal nacido. Puedes jurarlo, amor
Sin soltar sus manos presionaron sus hombros y sus cabezas. Caminaban a pasitos cortos, en lenta procesión, hacia el paseo Las Palmeras observando la sucesión de escaparates y la diversidad de gentes y atuendos.
Lola iba henchida de emoción, plena y muy generosa a la inquina que pudiera provocar y es que a lo hecho pecho, al pasado tierra, tierra, tierra hasta ahogarlo bien hondo.
-          ¿Y María Bellido sorteando las balas para llevar agua a las tropas? – siguió Lola
-          Una gran mujer, sin duda
-          Una bala agujereó el cántaro y de ahí viene el símbolo en el emblema de la ciudad
-          Ya, ya
Llegaron a la plaza General Castaños y a su ambiente fresco entre el baile del agua en la fuente y su cielo casi cubierto con toldos para la Feria de Día.
La mayoría achuchaba hacia la pronunciada pendiente de la calle “El Santo” que les abocaba a la portada luminosa  en el paseo Las Palmeras. Lola no recordaba nada de este lugar de huida, tantas veces insurgente, tantas veces entrañable. Su refugio  habitual, su lugar silencioso y cadente, era ahora un bullicioso  espacio de gentes, su cielo estrellado un cielo luminoso y alineado de bombillas de colores.




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24


Al día siguiente, sobre las diez de la noche, Alberto y Lola, esperaban apoyados en la fachada del bar “Cojo Saavedra”, frente al Ayuntamiento, el paso de la procesión de la Virgen de Zocueca, patrona de la ciudad.
Una multitud densa seguía prensando las aceras y en el centro de la plaza donde ya no cabía ni un alma.
El calor se hacía insufrible y volaban los abanicos, Lola aleteaba el suyo, regalo de Alberto con la serigrafía de su adorado paseo de palmeras y el monumento a la batalla en plan crepuscular y que la oxigenaba con doble motivo, a la vez que con la mano libre trituraba pipas que había comprado su amado al colarse como una bicha en la cola del quiosco de la plaza que hacía su agosto al no dar abasto a vender refrescos y helados, sin olvidar las bolsas de pipas y los chicles, eficaces instrumentos calma niños y laxa nervios.
 El murmullo era una sola voz inarticulada infinita, a veces altisonante, siempre irreverente, alentada en sí misma por el tedio en la espera y la somnolencia que provoca, y es que algo hay que decir aunque sean bobadas, acordarse de cualquier memez y debatirla o recurrir a las frases más pronunciadas y ocurrentes: “¡ Qué calor!, ¿veis algo?, ¿ya vienen?”
Sobre las diez de la noche y tras una hora y media a pie quieto como en una guardia a las puertas del palacio de Isabel II, Lola creía percibir el sonido de la banda. Un bálsamo para sus pies doloridos y una alegría indescriptible para su cuerpo en general. Se lo dijo a Alberto que seguía a lo suyo
-          ...esta procesión es una maravilla – relataba a Lola, siempre un paso por delante, lo que iba a vivir y le sonaba a chino - es impresionante, no hay palabras. De toda la parafernalia de esta fiesta es lo único que he visto siempre que he podido
La música ganaba la batalla al ronroneo pero la espera se hacía  interminable.
El techo de trono, al fin, hervía sobre las cabezas pero con tal parsimonia que entumecía músculos y la razón.
 Lola, con sus piernas apretadas en un bosque, delegaba en una u otra su peso cada vez más insostenible y se distraía arrojando cáscaras de pipas a varios niños apretujados delante y que no podían volverse y se divertía al quedarse como una estatua de ver que algún padre buscaba con la mirada el centro lanzadera.
Así pasó otra hora soporífera, aderezada en mayor medida con colocarle motes o epítetos onerosos a cada uno de los/las integrantes del acompañamiento previo a la Virgen, “una legión circunspecta, en trance místico, y con sus mejores galas y adornos, matiza Lola con Alberto en otra guerra:
-          El año que viene podemos acompañar, si quieres
-          ¡Pero qué dices!, ¿tú estás loco? – le respondió desollando mentalmente al tiempo a una repipi que cerraba el lote

El trono se detuvo a la altura del centro de la plaza; allí lo giraron y lo recularon a un entarimado sobre los escalones de acceso quedando de frente a la calle y dejándola libre para el paso de autoridades políticas, religiosas y militares y de la banda de música local.
De nuevo la calle vacía y el murmullo desperezándose animoso.
 Se apagan las luces y la oscuridad se hace dueña y las gentes, por instinto, se acurrucan en sus parejas o en sí mismas.
Comienzan los fuegos artificiales, lanzados desde el antiguo castillo , un ametrallamiento al cielo intenso remarcado por los tambores y las cornetas de la banda que se acercan a buen paso; el desfile de soldados la precede y provoca el estremecimiento de los corazones más escépticos.
 El cielo se tiñe de guirnaldas de colores y las miradas se debaten entre el cielo y la tierra. Es un momento vibrante donde la susceptibilidad explora sus abismos. Los cohetes continúan con despilfarro y con varios bombazos finales que agitan hasta el músculo más apático.
 Entonces encienden las luces y una leve neblina blanca se resiste a elevarse. El olor a pólvora se saborea sin remedio. Todo ha salido bien, como se esperaba, y los aplausos son, ahora, protagonistas.
El trono se mueve para dirigirse a la iglesia y los aplausos, a su paso, continúan.
-          ¿Qué te ha parecido, amor? – le susurró Alberto al oído
Lola no sabía qué contestarle. Se había quedado muda. Estaba como encerrada en el camarote de un barco pequeño, vapuleado en un mar bravío, con la mente dispersa, muy abierta, lejos de cualquier orilla.




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31


Nada es como parece y todo como se imagina. Nada es vacuo y por tanto todo es extraordinario pero sólo si no ha sido descubierto. La mente fabrica estereotipos de cosas no vistas y las idealiza. Choca después a su encuentro, por tan ansiado, que nos decepciona, lo insignificante porque nos parece nada, lo inmenso y que creíamos infinito. Los sueños toman tierra y se hartan de ella. Tal vez porque la mayoría somos plantas arraigadas a nuestro espacio ambiente y fuera extrañamos hasta las sensaciones placenteras. Se siente, se disfruta, se fotografía a la memoria para desear, a los pocos días, el regreso al lugar donde encajan todas nuestras piezas.
Lola estaba casada, había hecho el amor fundiendo deseo y cariño y llevaba una semana en Almuñecar. Ahora estaba sentada, en una de sus tempranas y diarias visitas, en un risco frente al mar. Alberto, recostado sobre ella, dormía  la vigilia de la noche. Lola abrazaba con fuerza a aquel ser plegado a ella y que la hacía sentir y amar, frenando la brisa en su cara y siguiendo las olas en su furia baldía, a alguna gaviota, inmóvil sopesando el viento, lanzarse a planear sobre el mar y de reojo, a uno y otro lado las playas, con los últimos veraneantes de la temporada desperezándose y las sombrillas creciendo como fichas de color sobre la arena. Miraba al horizonte en el mar sin nostalgia porque de allá a lo lejos no conocía y por tanto no amaba nada. Un lazo la unía, ¿para qué negarlo?, a lo desconocido pero había quedado reducido a curiosidad y eso no tenía fuerza suficiente para mover una mosca. Pensaba que el camino de ida o de vuelta eran la misma distancia y que ella no había abandonado a nadie, que fuese él quién tuviera la iniciativa y si no que se fuera al infierno. El amor es una erupción incontrolada que estalla hasta ahogarnos de nuestro propio deseo y no sabe nacer ni instruirse en el deber, brotar en el erial de la distancia y el olvido. Era triste pero era así, no había nada. Supo, aquella noche en el hospital junto a su madre, que no se debe abandonar a las personas que se aman, bajo ningún concepto, que no hay causa grave que lo justifique y pensó en su padre como en un cobarde o como en un infeliz al que le pesó la responsabilidad. Cerró los ojos y con ellos una página en blanco que arrastraron una lágrima inútil, apática, tal vez de rabia.
Respiró hondo y se sintió feliz, privilegiada de poseer amor, de sentirse amada y de respetarse, al fin, a sí misma. Aquel ser flácido y huesudo con su mirada idolatra y fogosa, ahora en la berrea, exultante de ternura y sensibilidad, siempre, había trastocado la ruina de su existencia y unido sus trozos, ¿cabía más plenitud y sosiego? Recordó en un video mental su boda y deseó que no hubiera acabado a pesar de los escuetos y precisos invitados, sonrió al recordar a Jorge en su particular sentido del ridículo, del recelo del sacerdote a casarlos calmado por su petición aceptada de la presencia de varios efectivos de la policía local pero, con los nervios a flor de piel, trastabillándose en cada frase de la ceremonia y provocando risas y desconcierto, de la cara de todos al despedirlos, de la sensación de libertad y miedo al huir de allí aunque no como había imaginado, de las pupilas de Alberto orbitando al penetrar descubriendo y haciendo suyo su secreto, de esa semilla que acogía el amor, de descubrir, al fin, el mar...


4 comentarios:

  1. Interesantes tus capítulos, supongo que relacionados con la historia y fiestas de tu pueblo, idas y venidas de esa heroína tuya, Lola que descubre que amar de verdad es lo mas importante.
    Un abrazo.

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    1. La trama de la novela transcurre en mi ciudad, y las fiestas es solo uno de los capítulos. En ella se hallan muchos de mis deseos más inconfesables, la verdad es que le tengo cariño.
      Un abrazo Mercedes

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  2. Me gusta mucho el amor que se desprende a tu tierra en estos pasajes que nos regalas de tu novela (espero que algún día se publique) Interesante el personaje de Lola. Un abrazo, Juan.

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  3. La mandé hace años a un concurso sin resultado. Lo encuaderné y adorna mi pequeña biblioteca. No sé. A mí me gusta, y a veces la releo, algo que no acostumbro a hacer. Gracias Marcos, un abrazo

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