LOLA, MI HEROÍNA, BIEN ENTRADA EN CARNES DISFRUTA AL FIN DEL AMOR DE ALBERTO, SU ESQUELETO ANDANTE.
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20
Al anochecer del diecisiete de julio y tras unos turbulentos
cohetes se encendió el alumbrado, hecho que inauguraba las fiestas de la ciudad. Como era habitual,
el calor insoportable era compulsado, en mayor o menor grado, por la velocidad
de los abanicos o el enfatizado de la frase “qué calor”, generalizada y
compartida, porque siempre aplasta
el presente al pasado, frío en el recuerdo.
Se dispersaban las gentes que habían abarrotado la plaza de
la Constitución y aguantado, estoicas, el pregón, ese efluvio de frases de
arraigo desgarrado de un nuevo paisano ilustre, monologo coral para quién
relata y un coñazo repetitivo para los oídos que lo sufren. Son los pasos
obligados de sus fiestas para todo
bailenense que se precie, un rato tedioso que pronto alegrará una cerveza fría y el tapeo.
Lola, como un ocho
mil entre la cordillera de cabezas y atrapada por la novedad, no perdió de la
arenga del pregonero ni un solo acento con su novio solapado a ella.
Aquello había acabado y se dieron la mano para pasear lanzándose
continuos reojos tiernos y punzantes.
-
¿Dónde vamos, cariño?
-
Donde tú quieras, amor
No pasaban desapercibidos entre la gente pero les resbalaban
las miradas. Lola lucía orgullosa una falda azul y una camisa blanca que le
había hecho su madre de unos retales que eligió del mercadillo; la falda
correctísima cubriéndole medias nalgas y un sujetador nuevo, con corrector, en
el que se dispersaba y disimulaba en la camisa un poco el volumen. Se sentía
estupenda con su imagen edulcorada, más acorde a Alberto que ganaba espacio
visual con sus pantalones vaqueros bombachos y su culo perdido, camisa rosa
fucsia inflada como una bolsa. Una pareja feliz y enamorada paseando su amor
entre la gente, deseando vivir intensas y desde su inicio las fiestas de la
ciudad como nunca, ninguno, había hecho.
El abanico de
actividades parecía interesante. Lola había escrutado el librote de
fiestas (mayoría de artículos y
anunciantes) y acabó de batalla hasta el gorro. Páginas y más páginas en perpetua
alegoría del recuerdo a una batalla, importante y decisiva en su momento como
tantas batallas donde el opresor es derrotado. Tórrida efusión en artículos y datos fechados,
eclosionando los hechos, machacándolos hasta la cagalera, ensalzando los
nombres y su valentía y arrojo, y a pesar del plomo Lola lo leyó con interés
porque este año era de ruptura a todo lo vivido antes, iba a vivir las fiestas
con pasión porque estaba enamorada, dos cosas quizá atípicas, equidistantes, a
lo mejor contraproducentes pero que ella
había batido juntas.
-
¿Sabías que hicimos dieciocho mil prisioneros? –
arrancó Lola sin venir a cuento
-
¿Qué, tú? – rió Alberto
-
Lo he leído en el programa. ¡Menudo golpe a su
superioridad y arrogancia!
-
Tal vez fue eso lo que les hizo caer derrotados. No se
lo tomaron demasiado en serio. La confianza es un temible enemigo
-
Me hubiese gustado estar cerca y repartir caña a esos malditos franceses
-
No seas absurda. Hay que rezar para que esas cosas no
ocurran
-
Pues para esta ciudad ha sido como una isla para un
naufrago
-
Es sólo imagen y política, ¿no lo entiendes?. Un motivo
convincente para la promoción de la ciudad y de sus políticos. ¿A quién le
importa la batalla?. Se rememora y es un cúmulo y un intercambio, amor
-
Ocurrió aquí y es lícito explotarla
-
Tenemos todo el derecho de sentirnos unos verdaderos
héroes
- Yo no soy de aquí, ya lo
sabes
-
¡Mecachis!
-
Tú eres mi héroe, cariño
-
Y te defenderé a capa y espada de cualquier francés mal
nacido. Puedes jurarlo, amor
Sin soltar sus manos presionaron sus hombros y sus cabezas.
Caminaban a pasitos cortos, en lenta procesión, hacia el paseo Las Palmeras
observando la sucesión de escaparates y la diversidad de gentes y atuendos.
Lola iba henchida de emoción, plena y muy generosa a la
inquina que pudiera provocar y es que a lo hecho pecho, al pasado tierra,
tierra, tierra hasta ahogarlo bien hondo.
-
¿Y María Bellido sorteando las balas para llevar agua a
las tropas? – siguió Lola
-
Una gran mujer, sin duda
-
Una bala agujereó el cántaro y de ahí viene el símbolo
en el emblema de la ciudad
-
Ya, ya
Llegaron a la plaza General Castaños y a su ambiente fresco
entre el baile del agua en la fuente y su cielo casi cubierto con toldos para
la Feria de Día.
La mayoría achuchaba hacia la pronunciada pendiente de la
calle “El Santo” que les abocaba a la portada luminosa en el paseo Las Palmeras. Lola no recordaba
nada de este lugar de huida, tantas veces insurgente, tantas veces entrañable.
Su refugio habitual, su lugar silencioso
y cadente, era ahora un bullicioso espacio de gentes, su cielo estrellado un
cielo luminoso y alineado de bombillas de colores.
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24
Al día siguiente, sobre las diez de la noche, Alberto y Lola,
esperaban apoyados en la fachada del bar “Cojo Saavedra”, frente al
Ayuntamiento, el paso de la procesión de la Virgen de Zocueca, patrona de la
ciudad.
Una multitud densa seguía prensando las aceras y en el
centro de la plaza donde ya no cabía ni un alma.
El calor se hacía insufrible y volaban los abanicos, Lola
aleteaba el suyo, regalo de Alberto con la serigrafía de su adorado paseo de
palmeras y el monumento a la batalla en plan crepuscular y que la oxigenaba con
doble motivo, a la vez que con la mano libre trituraba pipas que había comprado
su amado al colarse como una bicha en la cola del quiosco de la plaza que hacía
su agosto al no dar abasto a vender refrescos y helados, sin olvidar las bolsas
de pipas y los chicles, eficaces instrumentos calma niños y laxa nervios.
El murmullo era una
sola voz inarticulada infinita, a veces altisonante, siempre irreverente,
alentada en sí misma por el tedio en la espera y la somnolencia que provoca, y
es que algo hay que decir aunque sean bobadas, acordarse de cualquier memez y
debatirla o recurrir a las frases más pronunciadas y ocurrentes: “¡ Qué calor!,
¿veis algo?, ¿ya vienen?”
Sobre las diez de la noche y tras una hora y media a pie
quieto como en una guardia a las puertas del palacio de Isabel II, Lola creía
percibir el sonido de la banda. Un bálsamo para sus pies doloridos y una
alegría indescriptible para su cuerpo en general. Se lo dijo a Alberto que
seguía a lo suyo
-
...esta procesión es una maravilla – relataba a Lola, siempre
un paso por delante, lo que iba a vivir y le sonaba a chino - es impresionante,
no hay palabras. De toda la parafernalia de esta fiesta es lo único que he
visto siempre que he podido
La música ganaba la batalla al ronroneo pero la espera se
hacía interminable.
El techo de trono, al fin, hervía sobre las cabezas pero con
tal parsimonia que entumecía músculos y la razón.
Lola, con sus piernas
apretadas en un bosque, delegaba en una u otra su peso cada vez más
insostenible y se distraía arrojando cáscaras de pipas a varios niños apretujados
delante y que no podían volverse y se divertía al quedarse como una estatua de
ver que algún padre buscaba con la mirada el centro lanzadera.
Así pasó otra hora soporífera, aderezada en mayor medida con
colocarle motes o epítetos onerosos a cada uno de los/las integrantes del
acompañamiento previo a la Virgen, “una legión circunspecta, en trance místico,
y con sus mejores galas y adornos, matiza Lola con Alberto en otra guerra:
-
El año que viene podemos acompañar, si quieres
-
¡Pero qué dices!, ¿tú estás loco? – le respondió
desollando mentalmente al tiempo a una repipi que cerraba el lote
El trono se detuvo a la altura del centro de la plaza; allí
lo giraron y lo recularon a un entarimado sobre los escalones de acceso
quedando de frente a la calle y dejándola libre para el paso de autoridades
políticas, religiosas y militares y de la banda de música local.
De nuevo la calle vacía y el murmullo desperezándose
animoso.
Se apagan las luces y
la oscuridad se hace dueña y las gentes, por instinto, se acurrucan en sus
parejas o en sí mismas.
Comienzan los fuegos artificiales, lanzados desde el antiguo
castillo , un ametrallamiento al cielo intenso remarcado por los tambores y las
cornetas de la banda que se acercan a buen paso; el desfile de soldados la
precede y provoca el estremecimiento de los corazones más escépticos.
El cielo se tiñe de
guirnaldas de colores y las miradas se debaten entre el cielo y la tierra. Es
un momento vibrante donde la susceptibilidad explora sus abismos. Los cohetes
continúan con despilfarro y con varios bombazos finales que agitan hasta el
músculo más apático.
Entonces encienden
las luces y una leve neblina blanca se resiste a elevarse. El olor a pólvora se
saborea sin remedio. Todo ha salido bien, como se esperaba, y los aplausos son,
ahora, protagonistas.
El trono se mueve para dirigirse a la iglesia y los
aplausos, a su paso, continúan.
-
¿Qué te ha parecido, amor? – le susurró Alberto al oído
Lola no sabía qué contestarle. Se había quedado muda. Estaba
como encerrada en el camarote de un barco pequeño, vapuleado en un mar bravío,
con la mente dispersa, muy abierta, lejos de cualquier orilla.
Nada es como parece y todo como se imagina. Nada es vacuo y
por tanto todo es extraordinario pero sólo si no ha sido descubierto. La mente
fabrica estereotipos de cosas no vistas y las idealiza. Choca después a su
encuentro, por tan ansiado, que nos decepciona, lo insignificante porque nos
parece nada, lo inmenso y que creíamos infinito. Los sueños toman tierra y se
hartan de ella. Tal vez porque la mayoría somos plantas arraigadas a nuestro
espacio ambiente y fuera extrañamos hasta las sensaciones placenteras. Se
siente, se disfruta, se fotografía a la memoria para desear, a los pocos días,
el regreso al lugar donde encajan todas nuestras piezas.
Lola estaba casada, había hecho el amor fundiendo deseo y
cariño y llevaba una semana en Almuñecar. Ahora estaba sentada, en una de sus
tempranas y diarias visitas, en un risco frente al mar. Alberto, recostado
sobre ella, dormía la vigilia de la
noche. Lola abrazaba con fuerza a aquel ser plegado a ella y que la hacía
sentir y amar, frenando la brisa en su cara y siguiendo las olas en su furia
baldía, a alguna gaviota, inmóvil sopesando el viento, lanzarse a planear sobre
el mar y de reojo, a uno y otro lado las playas, con los últimos veraneantes de
la temporada desperezándose y las sombrillas creciendo como fichas de color
sobre la arena. Miraba al horizonte en el mar sin nostalgia porque de allá a lo
lejos no conocía y por tanto no amaba nada. Un lazo la unía, ¿para qué
negarlo?, a lo desconocido pero había quedado reducido a curiosidad y eso no
tenía fuerza suficiente para mover una mosca. Pensaba que el camino de ida o de
vuelta eran la misma distancia y que ella no había abandonado a nadie, que
fuese él quién tuviera la iniciativa y si no que se fuera al infierno. El amor
es una erupción incontrolada que estalla hasta ahogarnos de nuestro propio
deseo y no sabe nacer ni instruirse en el deber, brotar en el erial de la
distancia y el olvido. Era triste pero era así, no había nada. Supo, aquella
noche en el hospital junto a su madre, que no se debe abandonar a las personas
que se aman, bajo ningún concepto, que no hay causa grave que lo justifique y
pensó en su padre como en un cobarde o como en un infeliz al que le pesó la
responsabilidad. Cerró los ojos y con ellos una página en blanco que
arrastraron una lágrima inútil, apática, tal vez de rabia.
Respiró hondo y se sintió feliz, privilegiada de poseer
amor, de sentirse amada y de respetarse, al fin, a sí misma. Aquel ser flácido
y huesudo con su mirada idolatra y fogosa, ahora en la berrea, exultante de
ternura y sensibilidad, siempre, había trastocado la ruina de su existencia y
unido sus trozos, ¿cabía más plenitud y sosiego? Recordó en un video mental su
boda y deseó que no hubiera acabado a pesar de los escuetos y precisos
invitados, sonrió al recordar a Jorge en su particular sentido del ridículo,
del recelo del sacerdote a casarlos calmado por su petición aceptada de la
presencia de varios efectivos de la policía local pero, con los nervios a flor
de piel, trastabillándose en cada frase de la ceremonia y provocando risas y
desconcierto, de la cara de todos al despedirlos, de la sensación de libertad y
miedo al huir de allí aunque no como había imaginado, de las pupilas de Alberto
orbitando al penetrar descubriendo y haciendo suyo su secreto, de esa semilla
que acogía el amor, de descubrir, al fin, el mar...
Interesantes tus capítulos, supongo que relacionados con la historia y fiestas de tu pueblo, idas y venidas de esa heroína tuya, Lola que descubre que amar de verdad es lo mas importante.
ResponderEliminarUn abrazo.
La trama de la novela transcurre en mi ciudad, y las fiestas es solo uno de los capítulos. En ella se hallan muchos de mis deseos más inconfesables, la verdad es que le tengo cariño.
EliminarUn abrazo Mercedes
Me gusta mucho el amor que se desprende a tu tierra en estos pasajes que nos regalas de tu novela (espero que algún día se publique) Interesante el personaje de Lola. Un abrazo, Juan.
ResponderEliminarLa mandé hace años a un concurso sin resultado. Lo encuaderné y adorna mi pequeña biblioteca. No sé. A mí me gusta, y a veces la releo, algo que no acostumbro a hacer. Gracias Marcos, un abrazo
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