El cuerpo armario de Angulo junto a su
reconocida fama en la ciudad de detective rudo y agresivo atenazaba
en su oficina al cliente canijo y pálido haciéndole sentirse
incómodo.
- Quiero que encuentre a mi perrita Marisa. Es pequeñita de color amarillo
Puso una foto, temblando, sobre la
mesa.
- ¿Una perra? – gritó Angulo atronando la pequeña, sucia y revuelta oficina pensando al tiempo para intentar calmarse que no abundaban los clientes y mucho menos por Navidad
- Sí, es una Yorkshide, de color amarillo, Marisa es su nombre – ahora al enclenque sujeto se le desató la lengua como si le hubiesen dado cuerda – estaba jugando con el perrito de un vecino, ayer por la tarde, preciosos los dos ¿sabe?, amarillo y blanco, como dos enamorados. Parecen personas ¿verdad? – varias lágrimas saltaron sobre la mesa rociando un cerro de cartas sin abrir
- Se habrán ido de luna de miel – rió Angulo que no podía creer lo que estaba oyendo.
Hizo el amago de levantarse para
echarlo a patadas pero el color verde de cien euros sobre la mesa le
contuvo.
- ¿Y dice usted que se marchó
con un perrito?
- Pero el perro ha vuelto y ella aún no – había dejado de llorar y arrancaba de nuevo como un motor que petardea – pobrecita, sola, mi pobre Marisa
- Bueno, bueno – intenta calmarle, y entre lenguas – ¡puerca miseria! – le ofreció un pañuelo de papel que después recordó haber usado – seque esas lágrimas, hombre, sea fuerte, ¿cómo se llama?
- Florencio Flores Fletan – relata con la rapidez de un rayo
- ¿Fl… qué?
- Florencio Flores Fletan – deletrea con recalco
Angulo queda boquiabierto y el canijo
le explica:
- Mi padre, Florencio, es un fanático de esa letra, figúrese que se casó con mi madre porque se llamaba Flora, que en paz descanse, la pobrecita
Angulo reacciona. El tipo altera sus
nervios.
- Al grano, amigo, ¿la perrita…?
- Marisa, Marisa…, humm, le daré quinientos euros si la encuentra
Angulo tiene un golpe de tos. Apenas
puede comentarle:
- Bueno, bueno, déjeme sus datos, se los pasaré a mi secretaria para que prepare el contrato. Pásese ésta tarde a firmarlo
- ¿Su secretaria?, no la he visto al entrar
- Hoy no está. Se ha ido al Caribe con su novio. Está muy buena y yo también me hubiera ido con ella. A follar como leones ¿sabe usted?
- ¡Uy, uy!, qué cosas dice usted – dijo enrojecido, cubriéndose la boca con la mano – ¡Por Dios, Jesús y Maria!
Angulo que tiene fobia declarada a los
maricas no puede evitar un escalofrío. El canijo no daba del todo
el perfil pero ante la duda recordó una y otra vez el billete de
cien euros para intentar calmarse.
Estaba a punto de cerrar para hacer la
ronda nocturna por los pubs buscando la cena cuando María, la que
fue su secretaria hasta una semana antes, harta de trabajar sin
cobrar y dejarse sobar apareció bastante cabreada.
- Dijiste que hoy me adelantarías algo. Estoy para robarle a alguien
- Ésta semana no ha venido nadie y tengo gastos, María, compréndelo, no puedo quedarme aquí encerrado, es Navidad
- He visto salir a un cliente
- ¿El canijo ese?, está chiflado. Si encuentro a su perrita me dará cien euros. Bueno, puedo hacer algo por ti. Te haré una fotocopia de la foto y si la encuentras te daré veinte euros
- ¿Veinte euros?, vale, dime la zona y dame algo por adelantado, para el bus o algún bocadillo
Angulo vació sus bolsillos y cayeron
dos monedas de un euro a la mesa.
- Oye, María, estás muy guapa ésta noche
- De eso nada, Angulo, ni una vez más. Tú a mi ni me toques
Por arte de magia apareció un billete
de diez euros en un pliegue del bolsillo y, resignada, cambió de
opinión.
- Juan Angulo, eres un hijo de puta
- No seas tonta, sabes que te quiero
Juancho, del “ Malena”, cogió el
vaso y la botella sólo cuando vio ondear el billete de cien euros.
- ¿Has desplumado a un cliente?
- Esto es un anticipo. Un cliente importante quiere que encuentre a su mujer. Se largó con un vecino. Los cornudos pagan muy bien. Quiere que la convenza para que vuelva y asuste un poco al fulano
- ¡Pobrecito!, se llevará un susto de muerte cuando te vea – rió a boca abierta
Angulo observó que le faltaban
bastantes dientes.
- Aunque sé que éste gigante no mataría ni a una mosca – siguió Juancho con sarcasmo
Angulo sacó la pistola y presionó su
nariz.
- Aparta eso, loco
- No te apures, amigo, está descargada, pero quién lo sabe
Juancho recordó algo de improviso que
le hizo apretar los pocos y fieles dientes.
- ¿Tú podrías hacerme un trabajito? Claro, cómo no, así descontarías buena parte de la deuda
- ¡Hombre, Juancho! Trabajaría por nada y tengo que comer. Tendrás que escurrirte un poco
- Te descuento algo y te sirvo un buen puñado de whiskys. Pero, que quede claro ¡sin tapeo!
- ¿De marca?
- Bueno, vale
- De acuerdo. Y dime, ¿a quién tengo que obligar a que te pague?
- No es sólo eso, ¿conoces al Culebra? Ese hijo de puta se tomó ayer un cubata y salió a coger la cartera que había olvidado en la moto. Era mentira. Se fue sin pagar y me robó la bici, la bici de montaña de mi hijo que traigo mientras me reparan el R-4
- ¿Pero no le ardió el motor?
Angulo recordó que había explotado en
plena calle
- Sí, pero lo estamos chapuceando en el taller de mi cuñado. ¿Recuerdas la Montesa 250?, la tenía arrumbada y sus piezas creo que sirven
- Cosas más raras se han visto y oye, qué quieres que haga ¿le rompo la cara?, ¿le parto un brazo?
- Tengo que subir y bajar hasta el final del Paseo de la Estación todos los días andando y estoy muy cabreado. Quiero mi bicicleta y que pague los tres euros del Whisky ¿está claro? – pensó un instante y siguió – y no le pegues que ya tiene bastante carga
- ¿Carga?
- Eso, los cuernos, ya sabes – Juancho se divertía como un energúmeno haciendo posturitas con los dedos – Bueno, a lo nuestro, ¿te descuento los cien euros de tu cuenta?, te quedarían 800
- Necesito el dinero. Te pagaré cuando acabe el trabajo de la perrita
- ¿Perrita?
- La perra de la señora, se llama Marisa
- ¿Marisa?
- Está muy buena, si yo fuese su marido también la buscaría
- Tú eres un cerdo
Angulo frunció el ceño y Juancho rió
- No te enfades, hombre, un cerdo en el buen sentido
Angulo rió con él pensando en todos
los sabrosos sentidos que podía tener un cerdo.
El Culebra era un ladronzuelo habitual
que actuaba por el parque y la parada de autobuses. Cuarentón
insondable, robaba o hacía algunos trabajos infumables para comprar
algún gramo de cocaína adulterada. Seco como una postal y rápido
como el viento hacía su trabajo con una facilidad pasmosa. Angulo lo
conocía bien porque fue buen amigo de su padre, una excelente
persona, ladrón también como él.
Al día siguiente no le fue difícil
encontrarle. Angulo paseó por su ruta hasta tropezar con él cuando
hurgaba en el bolso de una abuelita distraída.
- ¡Hola, Culebra!
Lo sujetó por el cuello de la camisa
cuando se disponía a salir a toda leche.
- ¿Qué quieres? – preguntó asustado.
No era para menos, conocía a este
gigantón bestia y repulsivo y no sería nada bueno.
- Busco una bicicleta de montaña
- ¿Una bicicleta?, pero si yo siempre voy andando
- No eres tonto y sabes de que hablo. Tengo un amigo muy cabreado y me paga bien por machacarte los sesos si no se la devuelves
- Ese es un hijo de puta, Angulo. Se acostó con mi mujer
- ¡Pero hombre!, eso es normal. Tu mujer se ha acostado con toda la Capital, además está muy buena
- Ya lo sé y es su trabajo, tenemos que comer ¿no? Pero Juancho es un cabrón y lo hizo sin pagarme. Yo me he cobrado y estamos en paz
Angulo lo subió como un muñeco
estirándole de los pelos de las patillas pensando en los catorce
whiskys.
- Lo mío también es un trabajo y tampoco he cobrado. ¿Dónde está la bicicleta?
- Ay, loco, no la tengo, la vendí
- ¿La vendiste? ¡Maldito desgraciado!, ¿y a quién?
- Al “Llave Inglesa”, para su hijo
El Culebra planeo al suelo y Angulo
cambió las patillas por una oreja.
- ¿Quién es ese?, no le conozco. ¿No hará honor a su nombre?
- ¡Qué va!, si es un fideo, es por los dientes, el pobre está hecho un asco, no tiene media hostia pero es gitano y ya sabes
- Bueno, bueno – la palabra gitano le traía malos recuerdos a Angulo y un frío polar le atravesó como una flecha – pero eso es cosa tuya y no me importa lo que te haya pagado, quiero la bicicleta
Angulo tensó al límite la textura de
la oreja.
- ¡Ay, ay, ya vale, animal! El niño está todos los días por el parque loco perdido con ella
- Pues ya puede ir a quitársela!
- Su padre va a matar, no tengo el dinero
Angulo le mostró con discreción la
pistola y entendió lo que debía hacer. Subió sin soltarle hasta el
parque, le hizo jurar que no se escaparía o lo haría cien veces
gratis con su mujer, le esperó y a los pocos minutos vino a toda
prisa pedaleando como alma que persigue el diablo.
- Te espero en la puerta de Simago – le dijo sin pararse – el niño ha salido corriendo a llamar a su padre.
Angulo se dio prisa en salir de allí
por si alguien lo asociaba con aquel infame roba niños. Subió la
cuesta hasta Simago sudando como un oso, con el ahogo propio de
mover sus carnes con esas prisas y oyendo a sus espaldas un tremendo
vocerío que, por suerte, giró hacia la estación de autobuses. Al
llegar, cómo si quisiera hacerle pagar los platos rotos, sujetó con
una mano la bici y le apretó el cuello con la otra haciéndole
ondear la lengua.
- Aún debes tres euros. El whisky que te tomaste ¿recuerdas?
- Te he dado la bici ¿no es suficiente?
Angulo enfatizó su terrorífica cara
natural con gesto de humoso enfado.
- Joder, Angulo, no eres un buen amigo, somos colegas
- No compares, yo soy un detective y tú una rata, una rata que tiene una deuda que pagar
El Culebra, resignado a su suerte, miró
a su alrededor y vio un grupo de mujeres charlando acaloradamente.
Mirando al cielo, fingió que tropezaba con ellas. Silbando y riendo
se acercó a Angulo con un monedero sacado de un bolso, treinta
euros en billetes de diez. Angulo cogió un billete de las manos del
Culebra que estaba pensando donde cambiarlo.
- Dame las gracias. Por mí has ganado veinte euros
Angulo miró la bicicleta pensando si
soportaría su peso pero prefirió llevarla empujando.
- ¡Puerca miseria!
El día siguiente
era miércoles y pensó que idóneo para no hacer nada. Nada de
trabajo, sexo ni cubatas. Necesitaba pasear respirando el aire
inocente de la ciudad, observar personas que vivían en otro plano
distinto al suyo, sonrientes con sus hijos de la mano o a otros en
sus tareas absurdas, presos del tiempo. Hoy acariciaba como un
turista solitario las nuevas formas de la ciudad que siempre le
negaba la prisa, la amplia Avenida, en sus escaparates los libros que
nunca le interesó hojear, automóviles inalcanzables con el fantasma
de su Ford Fiesta desguazado en una esquina. Secó alguna lágrima
pero pensó que era feliz porque no necesitaba nada. Nadie le
reprochaba su forma de vida y él a sí mismo no iba a ser una
excepción. El era Juan Angulo, detective privado, con su carácter y
sus métodos, forro de monstruo despiadado, sí, pero tierno como un
niño.
Compró un helado
de turrón que vació de un sorbo y hojeó el periódico local
sentado en un banco del parque. En la portada, en un recuadro, vio
algo que le hizo dar un respingo asustando sin querer a las palomas.
Sacó un papel de su cartera y comprobó si el teléfono anotado
coincidía con el impreso en el periódico.
- ¡¡Puerca miseria!!
Coincidía la descripción de la
perrita, Yorkshire extrañamente de color amarillo pero no en la
cantidad.
- ¡Mil euros! Ni un día de fiesta, Señor – miró al cielo – no tengo ni un jodido día de fiesta
Tenía que darse prisa, buscar a María
por si había logrado algo o en caso contrario encargarse él
personalmente y con toda urgencia. La cantidad merecía la pena.
Miraría en la perrera municipal, por las afueras, rastrearía palmo
a palmo el parque, la estación de la RENFE, lo que hiciera falta.
Mil euros seducirían a cualquiera, no podía perder tiempo y ya
estrujaría a ese enclenque mal nacido.
Imaginó que María, a esta hora,
estaría trabajando en su casa, en un barrio en la ladera del
castillo. Llegó casi ahogado, sorteando callejas empinadas y
escalones hasta una casa de fachada y cubierta ruinosa. La puerta
estaba cerrada y dejó caer su hombro para crujir al abrirse como una
nuez. Un fuerte olor a humedad le produjo náuseas.
- ¿Quién es? – María se asomó desnuda al pasillo y frunció el gesto al ver a Angulo - ¿Qué haces tú aquí?
Un hombre maduro se vestía en la
habitación a toda prisa. María intentaba frenarle.
- No te vayas. Este hombre es mi primo y ya se iba
Empujaba a Angulo gesticulando para
que volviese mas tarde pero el sujeto había perdido de golpe toda el
ansia y se largaba sin remedio.
- ¡Tendrás que pagarme!
El fulano salía por la puerta sin
poder frenarle.
- ¡La mitad!
Angulo era una muralla y María le
hacía cosquillas dándole puñetazos en el pecho.
- ¡Pero, Juan, si casi había terminado el muy hijo de puta!
- No te preocupes que yo acabaré el trabajo
- Tú y yo tenemos que hablar
María entró al cuarto a vestirse pero
no pudo evitar que Angulo le cayera encima.
Resoplaba Angulo recuperando energías
sobre la cama y María se propuso ahora joderlo a el.
- Tengo la perrita
- ¡Vaya!, me alegra saberlo
- Eres un maldito cabrón. Has querido engañarme y eso se ha acabado
- ¿Por qué?
No le herían sus
palabras. La tenía cogida como a una muñeca, era hermosa y pensó
que sentía algo por ella
- Lo sabes. Quiero trescientos euros o cobraré personalmente los mil
- No me creas tan malvado. A mi ese mal nacido me ha engañado y ya le ajustaré las cuentas
- No te creo pero me da igual. La tengo escondida en un lugar seguro. No está en ésta casa, puedes mirar
Angulo era un experto en situaciones
difíciles. Recordó el estado de la oficina y no le apetecía hacer
de chacha.
- Te daré los trescientos. Serán doscientos cincuenta a cuenta de lo que te debo y vuelves conmigo. Necesito una secretaria
- Tú sólo necesitas un agujero disponible. Yo ahora tengo mi trabajo
- Que puedes seguir haciendo. Te dejaré las tardes libres
- ¿Y como piensas pagarme?
En el fondo era blanda como el algodón
y se sentía sola como una ovejita rodeada de lobos y además, aunque
nunca se lo había dicho, Angulo la hacía disfrutar como nadie.
- Sabes que en Navidad la gente olvida sus problemas. A primeros de año seguro que nos sale un buen trabajo – le susurró Angulo, convencido
María cedió. El cuerpo de hermosa
hembra se acurrucó al calor del pecho del gigante.
- ¿Crees que somos absurdos? – le dice pensativa
- ¿Por qué piensas eso?
- Tú y yo somos absurdos, vivimos una vida absurda, nos movemos por lo más absurdo y ridículo de todo
- Nadie que luche por sobrevivir puede ser absurdo, sí los luchan por nada, quienes pisan a la gente para sentirse mejores que ellos
- Al menos luchan por una idea, equivocada o no y disfrutan su parte, nosotros vagamos sin sentido por la mierda que tiran
- En ésta vida la única verdad que nos cuentan es la de sobrevivir y que no importa el modo
- La soledad asesina cualquier sentido y esperanza
- Tú no estás sola, me tienes a mí
- ¿Tú? ,soy tu refugio para la lluvia, la madriguera donde descargas toda la rabia por tu miseria
- No hables así, eres más que eso. No sé lo que ocurre cuando estoy contigo pero oprimes mi estómago
- Seguro que no has comido
María rió pero en el fondo pensó que
tal vez tenía razón, que éste gigantón con cara de niño era lo
más significativo, sincero, amable que había ocurrido en su vida,
obviando sus defectos que quién no los tiene.
- ¿En serio tienes la perrita, cariño?
- En serio me quieres
- Claro, tonta
María respiró satisfecha, al menos
alimentaba una duda que es mucho mejor que nada cuando no tienes
nada.
- Vamos, grandullón
Buscó en el armario, entre la exigua
ropa, algo poco provocativo.
Luego le ayudó a vestirse y le dio la
mano para bajar como cualquier pareja la tortuosa y pendiente calle
hacia la casa de su abuela, cerca de la Catedral, a recoger a Marisa,
la perrita de color amarillo.
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