juanitorisuelorente -

miércoles, 4 de septiembre de 2013

LA SOLEDAD (Relato)

(Imagen de la red)
















Marta ha pasado un rato muy ameno. Ha tomado café con una amigas, han reído mucho, sobre todo de lo idiotas que son los hombres, hoy les ha tocado a ellos. Cinco mujeres libres por uno u otro motivo tienen una y mil historias que relatar, y en las que todas suelen salir bien paradas. Marta hoy ha corrido un tupido velo a sus cosas, y sigue el rollo dando parabienes, porque suyo no cuenta nada. Ríe, y se desahoga, e incluso ha tomado un cubata, algo a lo que no está acostumbrada. Son más de las nueve, hoy es jueves, y es hora de irse, algunas trabajan. Marta también. Ella cose en casa los encargos que le hacen la familia, los amigos y conocidos. Y todo el día anda metida en casa, salvo el rato que sale a comprar lo preciso, no todos los días, y algún rato, como éste, en que queda con estas amigas de juventud, que tras
un cierto periodo de tiempo vuelven a reunirse casi en la cincuentena como aquellas chavalillas de dieciocho que empezaban a ir materializando una tras otra sus sueños. Se marchan, y a Marta le acompaña Eva, una compañera del mismo bloque. Eva vive una planta más abajo y por el camino siguen comentado, risueñas, cosas de unas u otras hasta que la despide con un beso al bajarse del ascensor. Se cierra la puerta. Marta pulsa el sexto, el camino, sabe, a su soledad. Esta noche no viene su hija a dormir. Cada vez viene menos. Conoció a un chico y se llevan bien, el sano deseo de toda madre, y aunque no les vea un futuro claro, ni sepa muy bien de sus avatares, se siente feliz por ella. El ascensor se detiene. El pasillo de su planta está desierto. Al pasar por la puerta de sus dos vecinos de planta oye el trajín interior. A algunos niños. Reconoce las voces. Su puerta está al fondo. En su bolso tiene a mano las llaves. Entra a una oscuridad absoluta. Cierra la puerta y echa todos los cerrojos sin encender la luz. Tiene esa costumbre, también la de recorrer el pasillo a oscuras hasta pulsar el interruptor que da vida al salón. Allí se tira de espaldas a un sillón sin pulsar el mando de la tele. Está demasiado lejos, y además le apetece pensar. Pensar, pensar, ¿en qué?, divaga. Lleva sola mucho tiempo. Pero en su vida ya no hay lugar para nadie. Eso se asegura cada vez con menos firmeza. Aún es joven. Hoy su interior se rebela. No mira al pasado, ni se aferra a él como salvación, sino que mira adelante, con cierta nitidez, como pocas veces ha hecho, aunque no vea nada ni a nadie en especial. Se detiene en algún rostro, en algún amago de interés, en alguna mirada indebida. Sí, hay alguien , aunque no sea nadie. Piensa en él. Le gusta, y por qué no imaginar cosas, crear situaciones. Se siente sola. Muy sola. Y esta noche mucho más que otras veces. Derrama alguna lágrima. Otras de tantas y tantas lágrimas. Y vuelve a jurarse que serán las últimas. Vuelve a intentar pensar. Pero ahora es todo algo más difuso. Pasado, presente y futuro, se entremezclan en una niebla espesa. “Voy a volverme loca”, dice algo airada al tiempo que da un salto para coger el mando de la tele. No necesita zapear. Sube el volumen. Fija la mirada en la pantalla. Su mente comienza a liberarse.

1 comentario:

  1. Mira, para algo tenía que servir el telvisor...jeje Un abrazo, Juan. Me gustó tu relato.

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