Marta
ha pasado un rato muy ameno. Ha tomado café con una amigas, han
reído mucho, sobre todo de lo idiotas que son los hombres, hoy les
ha tocado a ellos. Cinco mujeres libres por uno u otro motivo tienen
una y mil historias que relatar, y en las que todas suelen salir bien
paradas. Marta hoy ha corrido un tupido velo a sus cosas, y sigue el
rollo dando parabienes, porque suyo no cuenta nada. Ríe, y se
desahoga, e incluso ha tomado un cubata, algo a lo que no está
acostumbrada. Son más de las nueve, hoy es jueves, y es hora de
irse, algunas trabajan. Marta también. Ella cose en casa los
encargos que le hacen la familia, los amigos y conocidos. Y todo el
día anda metida en casa, salvo el rato que sale a comprar lo
preciso, no todos los días, y algún rato, como éste, en que queda
con estas amigas de juventud, que tras
un cierto periodo de tiempo
vuelven a reunirse casi en la cincuentena como aquellas chavalillas
de dieciocho que empezaban a ir materializando una tras otra sus
sueños. Se marchan, y a Marta le acompaña Eva, una compañera del
mismo bloque. Eva vive una planta más abajo y por el camino siguen
comentado, risueñas, cosas de unas u otras hasta que la despide con
un beso al bajarse del ascensor. Se cierra la puerta. Marta pulsa el
sexto, el camino, sabe, a su soledad. Esta noche no viene su hija a
dormir. Cada vez viene menos. Conoció a un chico y se llevan bien,
el sano deseo de toda madre, y aunque no les vea un futuro claro, ni
sepa muy bien de sus avatares, se siente feliz por ella. El ascensor
se detiene. El pasillo de su planta está desierto. Al pasar por la
puerta de sus dos vecinos de planta oye el trajín interior. A
algunos niños. Reconoce las voces. Su puerta está al fondo. En su
bolso tiene a mano las llaves. Entra a una oscuridad absoluta. Cierra
la puerta y echa todos los cerrojos sin encender la luz. Tiene esa
costumbre, también la de recorrer el pasillo a oscuras hasta pulsar
el interruptor que da vida al salón. Allí se tira de espaldas a un
sillón sin pulsar el mando de la tele. Está demasiado lejos, y
además le apetece pensar. Pensar, pensar, ¿en qué?, divaga. Lleva
sola mucho tiempo. Pero en su vida ya no hay lugar para nadie. Eso se
asegura cada vez con menos firmeza. Aún es joven. Hoy su interior se
rebela. No mira al pasado, ni se aferra a él como salvación, sino
que mira adelante, con cierta nitidez, como pocas veces ha hecho,
aunque no vea nada ni a nadie en especial. Se detiene en algún
rostro, en algún amago de interés, en alguna mirada indebida. Sí,
hay alguien , aunque no sea nadie. Piensa en él. Le gusta, y por qué
no imaginar cosas, crear situaciones. Se siente sola. Muy sola. Y
esta noche mucho más que otras veces. Derrama alguna lágrima.
Otras de tantas y tantas lágrimas. Y vuelve a jurarse que serán las
últimas. Vuelve a intentar pensar. Pero ahora es todo algo más
difuso. Pasado, presente y futuro, se entremezclan en una niebla
espesa. “Voy a volverme loca”, dice algo airada al tiempo que da
un salto para coger el mando de la tele. No necesita zapear. Sube el
volumen. Fija la mirada en la pantalla. Su mente comienza a
liberarse.
Mira, para algo tenía que servir el telvisor...jeje Un abrazo, Juan. Me gustó tu relato.
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