juanitorisuelorente -

martes, 18 de febrero de 2014

EL PERRO

(Imagen de la red)

















    Don Antonio analizó la situación. Nada era como antes. A su Ramona le dio todos los caprichos. Y este solo pareció ser uno más. Quería más compañía, y resultó ser perro, y como tal, a ver, sucio, descuidado. Y le dio igual, ella era feliz, disfrutaba con él. A cierta edad la vida se trata de eso. Él disfrutaba con sus libros, le hacía el amor de vez en cuando, nunca con el perro cerca, siempre le tenía la ropa limpia, puntual y buena comida a la mesa. Pero ya no. Ella se dejó llevar, el perro no salía de la cama, la ropa, todo, olía a Matulo, y hoy, harto de merendar y cenar latas de conserva, ya no pudo más.
    - ¡Ramona, el perro o yo!
    Ramona miró su aire de gentleman venido a menos, al tiempo que en un flash su vida de esclava, tanta tanta tontería, tanto tanto fingimiento, y mirando de reojo a su Adonis susurró:
    - El perro, cariño, el perro
    Lucas, despatarrado, crucificado sobre la cama, con una lata de cerveza en inexplicable equilibrio sobre su voluminosa barriga, roncaba ajeno a todo cuasi enterrado de palomitas y restos de patatas fritas.




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