VII
Hubo en aquel
principio
entre lo hecho,
porque hecho vine,
es innegable, un
manto de hojarasca
como brote
predestinado, anterior
al río, a
encender la luz. Su imagen
nueva ya respondía
a encuentros
de los ojos a
destiempo. Hizo falta
y que aceptase su
tinte grueso.
Fueron meses de
metáforas a cielos
desnudos, y
primeros años de dibujar
trazos por los
rastros de la flor,
por sus pétalos
de rosa. Tiempo en que al tiempo
la fragua daba
forma a los metales
de mis manos,
sabias de todo cuanto
mis maestros
filosofaban, y las hacías elaborar.
Años tras la
cortina de gasa, cociendo
qué es vivir
desde las más hondas raíces.
Maestros que
labraron en mi piel
matices que aún
me embozan,
y visten de
dominio a mis adentros.
Llegó la mili.
VIII
Al fin y al cabo
todo era pura tiniebla,
simple protocolo,
sin restos de pasado. Tuve
claro el escenario
y de ahí mis brazos
caídos. Me
disfracé de todos, siendo
pirata de mi
propia juventud. Un
mundo irreal que
afrontaba a solas,
como un Olimpo con
estrellas que insistían
en ser de verdad.
Era solo un tiempo
de esperar, de
abonarse al escaqueo, a evitar
demasiados
amaneceres encerrado en la bodega,
evitar caer en los
brazos de falsas madres. Eso sí,
en la amistad aún
puede leerse nombres escritos,
pocos, si con los
dedos de una mano bastaba
convivir. Era
tiempo de océano intempestivo pero siempre navegable. Uno más de
infantería
con la paleta por
banda, leyendo a Antonio
Machado y
escuchando la respuesta está en el viento.
La distancia no
fue el olvido, no me hizo
nada que no fuese,
no me enseñó
a amar a la
patria, tampoco me robó
catorce meses de
mi vida, pues fue vida,
incluso repetible,
sin que se confunda
con desear ser
repetida. El amor
siguió tejido a
nuestras cartas, a nuestras voces,
bebían semanas
sus instantes, arreciaba
en los encuentros,
si nos poseía por su futuro.
Entre permisos
trabajaba, ya en solitario.
Su sin rumbo acabó
al inicio de los ochenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario