I
Hay arrugas en el
espejo. Cara
a cara van los
ojos al atardecer
de la memoria,
hasta dar
con callejones que
no sabe, con ríos
que tienen la
noche dormida.
Rehace mi silencio
los rostros
que viví, el
tiempo a la sombra
suenan disparos en
mi boca,
conduzco por
carreteras imposibles,
vuelo por cielos
muy bajos. Soy
el primero que se
aventura,
incendio la casa,
todo arde conmigo
a tientas. Muy
poco se me descubre
de aquellas
primaveras, florecía
el contrasentido,
ser yo y no somos,
la alfombra a lo
evidente por senderos
hacia el acaso.
Así florecía la piedra.
Y esa huella al
oficio pobre del pensar.
Traducido, es un
vuelo la insistencia
a la cumbre más
esquiva,
vacíos de rostros
que humean
por ciertos cielos
prematuros.
II
Retrocedo varios
pasos. De escribir
hay escenas por la
luz. Tuvo siete,
ocho y nueve años
ese don luego velado,
no dado a las
losas del camino.
Fue un albor que
quedó en ese instante
en la mudez
que hoy retoma su
palabra, su abalorio.
Puedo leer su
quiebro a la realidad,
su estoque leve y
descalzo
a los mundos
desprendidos de los sueños,
su secreto a voces
en el poema
de existir,
tallado en piedra
para estar en
salvaguarda.
Aquella palabra
tenía un oficio
por decir, aunque
quedase
aislada en la
tiniebla, a la espera
del sol que está
conmigo, de alguna
luna que por vivir
no apague el día.
Somos eclosión de
lo existido,
lo que inició su
razón tiene sentido,
si hubo cuerpo hay
cabeza y corazón,
no crece un río
de las tardías hogueras
de un llano.
III
Los diez acercan
los pulmones
de la noche. El
instituto es el esbozo
que remato con
fondos de horizonte. No
me confunde, sé
que la pizarra tiene
los años
contados. Entonces nada
disfrazaba su
esencia, salvo yo,
eje de todas
ellas. Un disco de Elton
tomó el rastro de
la luz, el rostro dibujado
de Asce se deshizo
en mi cartera, los libros
eran mi póquer de
ases. Mi vida empezaba
a escuchar, a
retener, y de ese silencio
nacieron refugios
venideros. Ningún
amor fue más allá
de mí. Bebí
escondido tras
espejos de mi padre.
Lograba dieces. La
timidez no sabía
de miedos. Quería
ser, sin plagiar
palabras ni
gestos. Tenía catorce.
IV
Relampagueó lo
que convenía,
pero busqué solo las techumbres
que pedían
repararse. Me mojó el esfuerzo,
estuve al aire de
mi deseo. Lo elegido
fue un amor
inconcluso, día a día
en vía de
mejorarse, siempre en lenta
eclosión a la
belleza. Mi padre perdió
un testigo de sus
viajes, un lazarillo, no
aceptó mi arraigo
a peón de briega. Preparar
es anterior al
sentido de crear. Quise arder
para no vivir
helado. Fue un periplo
quijotesco, caminé
por lo inmenso, sin metáforas,
hasta ser alfil
acechante, una pieza
que buscaba no ser
sombra. Despuntaba
el amor sin
esponsales. Una Isabel tuvo sueños
prometidos. El
tabaco era niebla en la mirada.
Mi locuaz fachada
no reflejaba tantos
tantos interiores
mudos
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