A la insistencia la sostiene
tanta lejanía. No se conocen
los cuerpos disueltos, nada se sabe
del corazón al oído, ni de labios
derramados, nada de galopar clavados,
de morirse el mismo instante.
Aprendemos de la distancia
lo que se mira, y por lo visto
de sus entonces. Sabemos
de las cumbres de ser nada,
del cobijo que no nos finge lo conquistado:
la palabra que alimenta la ilusión,
el idioma que nos acentúa la evidencia.
Por lo nuevo descubrimos el origen,
que no es otro que el amor
encarcelado. Así no renace
sino revive, bajo aparente decir
futuro.
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