(Esto lo escribí hace
años cuando ni imaginaba que pudiese publicar)
No
soy escritor, escribo, que no es lo mismo. Hay una especie que
abunda, los que escriben sólo por escribir. Los que buscan la fama
de soslayo porque no se la creen, sólo diosa de los verdaderos
genios. Jamás seré un escritor si alguien no lo asegura. No me
importa. Escribo sólo para mí. Perdonen. Me miento. Nadie necesita
escribir para sí mismo. Eso es un esfuerzo innecesario. No necesito
explicarme lo que ya sé, o quiero, o deseo. Se escribe para alguien,
sólo que aún
no existe para mí ese alguien. De momento calmo mi
ego de artificios inservibles, amagos informes, a la vez que busco
con ellos ese resquicio que buscan todos para cruzar la insigne
frontera literaria de la inexistencia. El despertar de un sueño
rutinario. De momento relleno mi vida de historias que no
trascienden. Creo personajes que murmuran porque no logran alzar su
voz. De historias mudas y oscuras. Vidas que no importan. ¿Qué es
ser escritor, y que hay que hacer para lograrlo? Escribir bien, por
supuesto, supongo que apartar de nuestro entorno…, no, bueno, no
tomar en consideración la opinión de una serie de personajillos
funestos, luego levantar la cabeza y mostrarnos sin ningún tipo de
cortapisa, jugarnos el todo o nada, ofrecer lo que hay. También
saber esperar, si creemos que merece la pena, encender una vela a la
suerte.
Ojalá
fuera fácil. No es así. Publicar viene a ser como un rayo de luz
inesperado o, lo más habitual, como el camino largo y sinuoso de un
condenado a muerte desde su celda hasta el patíbulo. Influyen muchos
factores, el amiguismo como lacra entre ellos. Muchos libros
publicados no pasarían un superficial examen crítico. Sin embargo
están ahí. También para nada. No sueño con eso. Me llamarían
escritor pero yo no me consideraría escritor. Publicar un libro te
coloca la ansiada vitola pero no te la graba en el corazón. Te la
graba el público, seguido de la crítica. Quizá sí ayude un
crítica acertada. Que ojalá diga: “Logra que los sentimientos se
adhieran a las palabras y que florezcan al despertarlas”. Sería
hermoso. Al leer debe destaparse la esencia como al abrir un frasco
el olor de un perfume. Debe ser como respirar la belleza que extraigo
a menudo de los libros que amo. De teoría estoy puesto, ya ven. Pero
no me sirve. Todos esos libros hermosos, esos pasajes que recitaría
de un tirón sin temor a equivocarme no tengo más remedio que
esconderlos en el trastero de mi memoria cuando me pongo a escribir.
Mi mundo es otro y nada debe coaccionarlo, mucho menos interferirlo.
Mis personajes nacen de un lugar inédito, mis historias fluyen del
vacío de un abismo. Es un lugar oscuro pero virgen porque ha estado
sellado como una tumba no profanada. No me suena nada de lo vivido
antes y eso me anima. Remover el caldo de lo ya escrito suena a
recalentado. ¿Qué les parece? Que todos decimos lo mismo. ¿Qué
madre hablaría mal de su hijo, qué comerciante de la mercancía que
ofrece? Descargo en mi defensa que al menos quiero ser original
aunque no lo logre, diferente aunque les suene a un poco más de lo
mismo. Es frustrante escribir poesía tras haber leído a Machado,
Baudelaire, Pessoa, Hierro, u otros, aventurarme a escribir relatos,
mucho más una novela con los fantasmas silenciosos, de tantos y
tantos, apoyados en mi hombro. Pero lo he hecho, lo hago. No nieguen
que tengo voluntad. ¿Por qué lo hago, y qué intento conseguir? No
lo sé, nada. ¿Entonces? Sonará a manido pero puede que para gritar
a los cuatro vientos todo lo que debo callarme. Escribir da el poder
de crear y decidir. La realidad es otra y bien distinta. Te arrastra
sin que podamos agarrarnos a todos los deseos. La realidad de mis
libros son todos esos deseos que escaparon de mis manos, decenas de
esas cosas que no se pueden incluir en un tema de conversación, que
no puedes confiar a nadie. Doy rienda suelta a aquellos sueños de
niño o, por ejemplo, a los anhelos de persona madura, o interpreto
un sueño ininteligible, amo a una mujer inaccesible, o apaleo a
algún hijo de puta, a veces también sufro por alguien. Mis
personajes no son una excepción, es injusta la vida, también para
ellos. Se me va la olla. ¿Lo entienden ahora? No es que esté un
poco loco, sino que todo lo que se crea adquiere vida y su condena al
ostracismo no les satisface ni a mí que me gustaría verles correr o
jugar como niños en un parque. Les veo tristes, sólo acompañados
por mi insistente mirada de padrazo y sufro de estar con mis pies y
mis manos atadas.
Todo
empezó brincados los cuarenta, de sopetón, un día sin nada
especial, y como único precedente unos cuantos relatos que no
conservo de mis diez u once años. Salté a la piscina,
presumiblemente vacía (con toda seguridad), con un agua de un azul y
temperatura impresionantes. Empecé a escribir de forma compulsiva,
como si se me fuera a acabar el tiempo. Escribía a cualquier hora,
en cualquier lugar, tomaba apuntes de todo lo que brotaba en mi
cabeza naciendo una selva de demasiadas cosas inconexas y
deslavazadas. Yo enmarcaba animoso el resultado pero cada brote nuevo
enterraba al anterior sin ningún tipo de remordimiento. Fui puliendo
aristas, formas, cribé relatos, poesías enteras, y fui
seleccionando lo que ahora conservo, no maravilloso pero para mí
aceptable como inicio. Hay quienes dan a la primera, la mayoría
nunca, luego está ese grupito que insiste, insiste al otro lado del
cristal esperando ser visto. No puedo circunscribirme en el primero,
y sí espero estar en el último donde la fe alienta al trabajo y a
la espera. ¿Presentar mi obra a un certamen? Ya lo he hecho, quizá
apresuradamente. En cada revisión post – certamen tachaba
numerosos errores gramaticales (nimios, es cierto), defectos de
planteamiento, con un trasfondo adecuado pero de resultado global
insuficiente. Ahora soy más cuidadoso. Hiberno las obras repasadas
hasta la saciedad para retomarlas un mes más tarde como si fuera un
lector cualquiera y así ver el efecto que me producen. Amo lo que
escribo pero no debo ser mi crítico. Lo sé. No hay prisa para
ellas. Mi camino es corto aunque lo haya iniciado demasiado tarde.
No. Nunca es demasiado tarde. El resto de mi vida cuenta aunque haya
ido por otros derroteros. No me importa si no lo logro. Vuelvo a
mentirme. Claro que importa, sí que importa
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