juanitorisuelorente -

viernes, 22 de noviembre de 2013

CRÓNICA DE UN ESCRITOR INEXISTENTE

(Imagen de la red)















(Esto lo escribí hace años cuando ni imaginaba que pudiese publicar)

No soy escritor, escribo, que no es lo mismo. Hay una especie que abunda, los que escriben sólo por escribir. Los que buscan la fama de soslayo porque no se la creen, sólo diosa de los verdaderos genios. Jamás seré un escritor si alguien no lo asegura. No me importa. Escribo sólo para mí. Perdonen. Me miento. Nadie necesita escribir para sí mismo. Eso es un esfuerzo innecesario. No necesito explicarme lo que ya sé, o quiero, o deseo. Se escribe para alguien, sólo que aún
no existe para mí ese alguien. De momento calmo mi ego de artificios inservibles, amagos informes, a la vez que busco con ellos ese resquicio que buscan todos para cruzar la insigne frontera literaria de la inexistencia. El despertar de un sueño rutinario. De momento relleno mi vida de historias que no trascienden. Creo personajes que murmuran porque no logran alzar su voz. De historias mudas y oscuras. Vidas que no importan. ¿Qué es ser escritor, y que hay que hacer para lograrlo? Escribir bien, por supuesto, supongo que apartar de nuestro entorno…, no, bueno, no tomar en consideración la opinión de una serie de personajillos funestos, luego levantar la cabeza y mostrarnos sin ningún tipo de cortapisa, jugarnos el todo o nada, ofrecer lo que hay. También saber esperar, si creemos que merece la pena, encender una vela a la suerte.
Ojalá fuera fácil. No es así. Publicar viene a ser como un rayo de luz inesperado o, lo más habitual, como el camino largo y sinuoso de un condenado a muerte desde su celda hasta el patíbulo. Influyen muchos factores, el amiguismo como lacra entre ellos. Muchos libros publicados no pasarían un superficial examen crítico. Sin embargo están ahí. También para nada. No sueño con eso. Me llamarían escritor pero yo no me consideraría escritor. Publicar un libro te coloca la ansiada vitola pero no te la graba en el corazón. Te la graba el público, seguido de la crítica. Quizá sí ayude un crítica acertada. Que ojalá diga: “Logra que los sentimientos se adhieran a las palabras y que florezcan al despertarlas”. Sería hermoso. Al leer debe destaparse la esencia como al abrir un frasco el olor de un perfume. Debe ser como respirar la belleza que extraigo a menudo de los libros que amo. De teoría estoy puesto, ya ven. Pero no me sirve. Todos esos libros hermosos, esos pasajes que recitaría de un tirón sin temor a equivocarme no tengo más remedio que esconderlos en el trastero de mi memoria cuando me pongo a escribir. Mi mundo es otro y nada debe coaccionarlo, mucho menos interferirlo. Mis personajes nacen de un lugar inédito, mis historias fluyen del vacío de un abismo. Es un lugar oscuro pero virgen porque ha estado sellado como una tumba no profanada. No me suena nada de lo vivido antes y eso me anima. Remover el caldo de lo ya escrito suena a recalentado. ¿Qué les parece? Que todos decimos lo mismo. ¿Qué madre hablaría mal de su hijo, qué comerciante de la mercancía que ofrece? Descargo en mi defensa que al menos quiero ser original aunque no lo logre, diferente aunque les suene a un poco más de lo mismo. Es frustrante escribir poesía tras haber leído a Machado, Baudelaire, Pessoa, Hierro, u otros, aventurarme a escribir relatos, mucho más una novela con los fantasmas silenciosos, de tantos y tantos, apoyados en mi hombro. Pero lo he hecho, lo hago. No nieguen que tengo voluntad. ¿Por qué lo hago, y qué intento conseguir? No lo sé, nada. ¿Entonces? Sonará a manido pero puede que para gritar a los cuatro vientos todo lo que debo callarme. Escribir da el poder de crear y decidir. La realidad es otra y bien distinta. Te arrastra sin que podamos agarrarnos a todos los deseos. La realidad de mis libros son todos esos deseos que escaparon de mis manos, decenas de esas cosas que no se pueden incluir en un tema de conversación, que no puedes confiar a nadie. Doy rienda suelta a aquellos sueños de niño o, por ejemplo, a los anhelos de persona madura, o interpreto un sueño ininteligible, amo a una mujer inaccesible, o apaleo a algún hijo de puta, a veces también sufro por alguien. Mis personajes no son una excepción, es injusta la vida, también para ellos. Se me va la olla. ¿Lo entienden ahora? No es que esté un poco loco, sino que todo lo que se crea adquiere vida y su condena al ostracismo no les satisface ni a mí que me gustaría verles correr o jugar como niños en un parque. Les veo tristes, sólo acompañados por mi insistente mirada de padrazo y sufro de estar con mis pies y mis manos atadas.
Todo empezó brincados los cuarenta, de sopetón, un día sin nada especial, y como único precedente unos cuantos relatos que no conservo de mis diez u once años. Salté a la piscina, presumiblemente vacía (con toda seguridad), con un agua de un azul y temperatura impresionantes. Empecé a escribir de forma compulsiva, como si se me fuera a acabar el tiempo. Escribía a cualquier hora, en cualquier lugar, tomaba apuntes de todo lo que brotaba en mi cabeza naciendo una selva de demasiadas cosas inconexas y deslavazadas. Yo enmarcaba animoso el resultado pero cada brote nuevo enterraba al anterior sin ningún tipo de remordimiento. Fui puliendo aristas, formas, cribé relatos, poesías enteras, y fui seleccionando lo que ahora conservo, no maravilloso pero para mí aceptable como inicio. Hay quienes dan a la primera, la mayoría nunca, luego está ese grupito que insiste, insiste al otro lado del cristal esperando ser visto. No puedo circunscribirme en el primero, y sí espero estar en el último donde la fe alienta al trabajo y a la espera. ¿Presentar mi obra a un certamen? Ya lo he hecho, quizá apresuradamente. En cada revisión post – certamen tachaba numerosos errores gramaticales (nimios, es cierto), defectos de planteamiento, con un trasfondo adecuado pero de resultado global insuficiente. Ahora soy más cuidadoso. Hiberno las obras repasadas hasta la saciedad para retomarlas un mes más tarde como si fuera un lector cualquiera y así ver el efecto que me producen. Amo lo que escribo pero no debo ser mi crítico. Lo sé. No hay prisa para ellas. Mi camino es corto aunque lo haya iniciado demasiado tarde. No. Nunca es demasiado tarde. El resto de mi vida cuenta aunque haya ido por otros derroteros. No me importa si no lo logro. Vuelvo a mentirme. Claro que importa, sí que importa




No hay comentarios:

Publicar un comentario