juanitorisuelorente -

jueves, 21 de noviembre de 2013

Doña Felipe “el de la boina” (1ª parte)

(Imagen de la red)





















Felipe tenía un cacao mental de escándalo pero dos cosas muy claras: no quitarse jamás su boina verde de fieltro que heredó de su difunto padre y no depilarse un solo pelo de pecho y espalda, el último vestigio de su hombría, de su machismo exacerbado y puesto ahora algo en duda por las cosas de la vida.

Así se lo advirtió, por si acaso, a la enfermera del trasero generoso y pechos dispersos cuando se disponía, cuchilla en ristre, a rasurarle sus partes íntimas antes de entrar en el quirófano.
  • Del ombligo para abajo, mona

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Felipe decidió operarse en menos de una hora. Síes y nones a la par, pares y contras, en una lucha sin cuartel que ganó su parte más oscura y desconocida, incluso para él, algo que sabía sin saberlo, que pensaba sin querer ni pensarlo.
Después transcurrieron meses hasta la primera operación, satisfactoria y de resultado abundoso, y un calvario en la eterna espera hasta la segunda, no porque dudara en ningún momento de dar un paso tan radical sino porque, decía, no hay peor cosa que estar a medias.

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Se despabilaba de la anestesia y notaba un regusto dulce con sabor amargo.
Pasó la mano por una alfombra velluda hasta ascender a uno de sus pechos, por los ribetes de la gorra hasta coronar el botón verde de fieltro, luego bajó a un braguero de gasas y esparadrapos acariciándolo como si fuese la calvicie de un recién nacido.
  • “Está hecho, pensó pilotando todavía su mente por un cielo enmarañado de nubes blancas, ya soy una mujer”.

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  • Hijo, ¿estás bien? – dijo Doña Frasquita con mucho modo, tomando la iniciativa antes que su hija Paqui o Roberta, la novia de Felipe, con ese afán de las madres en ser las primeras en la hipotética escala del cariño
  • Abuelita, debería acostumbrarse a decirle hija – le matizó Roberta suavizando con silabeo su voz recia y varonil
  • Todo a su tiempo, Robi – dijo Paqui como con la nariz cogida, una voz como hiposa, y que no le sale del cuerpo desde que su faringitis se hizo crónica
La cara espasmódica de Doña Frasquita se tornó beligerante dejándole a las niñas las cosas claras desde el principio:
  • Mi Felipe siempre será mi niño, ¿está claro?
Felipe oía el runruneo y se hizo un poco el loco para no entrar al trapo, era una mujer, sí, pero también un hombre, un hombre muy hombre.

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Doña Frasquita fue al servicio con su hija de Paqui de sufrido bastón y Roberta agarró a Felipe del brazo como un buitre.
  • Sé que estás despierto, mamonazo. Repite lo que me dijiste ésta mañana y te arranco un pezón de cuajo
  • ¡Qué bruta! – rumió Felipe
  • Sé que no eres capaz. Eres un mierda..., y no se te ocurra guarecerte tras esa fachada de mujercita que a mí no me engañas
  • Roberta, por favor, un poquito de piedad para un enfermo
  • ¿Piedad?, mereces lo que te ocurra, cabrón
Doña Frasquita voceaba a quejidos su artrosis al levantarse del váter y Roberta se acercó a cuchichearle al oído:
  • Como se te ocurra acercarte a un tío te rajo la barriga en canal
  • Roberta, cariño, no seas bruta, sabes que sólo fue una broma
  • ¿Una broma? – repitió Doña Frasquita con la oreja como el pabellón de un gramófono
  • ¿Una broma, una broma? – repitió Paqui como un loro
  • ¿Ya ha descansado usted, abuelita? – preguntó Roberta con risa forzada y cambiando de tema
  • He meado como una vaca, hija mía
  • A chorro tieso – rió Paqui y al ver a Felipe despierto esquivó a Roberta para echarse encima a besarle
  • Piano, piano, hermana – dijo Felipe – cuidadín, cuidadín
  • ¡¡¡Paqui!!! – gritó Doña Frasquita al verse relegada - ¡¡hazme sitio, loca!!

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Entre carantoñas y cucamonas pasaron los días y alentaban algo a un Felipe quejoso.
La operación había sido un éxito pero le fallaba la paciencia, la paciencia y la mente que jugaba a dos bandos, un bando abierto y a pecho descubierto que ayudaba a los psicólogos a tirar de la cuerda para el lado lógico aplastando por las bravas a una minoría simbólica que bramaba sin voz, sin ninguna convicción ni base a la que agarrarse, y otro bando muerto, pateado, masacrado sin piedad y que humeaba de sus cenizas una y otra vez y para nada.
  • ¿Cómo vas a llamarte ahora, capullo? – gruñía Roberta siempre dispuesta a dar la nota
  • Felipe, cariño, ya sabes, Felipe como mi padre
  • Si quieres te llamaremos Feli, para disimular – reía a boca abierta la puñetera
  • ¡He dicho Felipe y basta!, ¡por mis güevos que me seguiré llamando Felipe! – gritaba el infeliz con las manos en sus partes intentando agarrar y recalcar lo que ya sólo estaba en su memoria

continuará...


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