juanitorisuelorente -

sábado, 13 de agosto de 2011

DE OGROS


Soy viejo, viejo de cojones, pero de esos convencidos de que no lo son. Lo sé sin llegar a saberlo. Soy viejo por mi edad, porque no me valgo, soy viejo porque no sé lo que sé de sobra, porque no hago lo que siempre he hecho sin pararme a pensarlo. E intento remediarlo pero nada ayuda. Cualquier gesto, una mirada perdida, una maldita lágrima, un grito a quién no debo, un volver a hacer lo derecho torcido, me hace sentir, a los ojos de los que me dicen que me quieren y me cuidan, aún más viejo. ¿Quién puede quererme ya dejando por sentado que soy un desagradecido viejo que no quiere a nadie? Están mis hijos, mis nietos, alguna nuera. Yo les sonrío lo que puedo. Poco. Nada. Aunque viene de siempre. Siempre he sido un maldito ogro. Para mis hijos siempre colgado al cuello de su madre, para mis nietos siempre como abejitas a la miel de la  abuelita. Ella se fue, quedé yo, y les vi el gesto. No soy lo que quieren pero soy su sangre y de sangre están puestos. No tengo queja, solo de mí. Dar cariño no es lo mío, nunca lo ha sido. Y ahora que lo necesito, y lo tengo, tampoco lo quiero. Lo necesito pero más necesito estar apto para no necesitar a nadie. ¿Por qué construyó Dios unos cuerpos tan perecederos, tan finalmente incapaces? No tiene perdón quién lo hizo a su capricho. Y aquí estoy, mente sana, ágil, con un futuro inmenso atrapado en un cuerpo que solo sirve para que lo sirvan. Soy viejo y tan joven como ellos. No me creen. Imposible ponernos de acuerdo. Y para colmo estoy en la cama. Tendido desde hace tres años. A estos dos metros cuadrados de colchón ha quedado reducida mi vida. Aquí vivo, o sea que duermo o no,  me dan de comer, hago mis necesidades, y les miro a todos con una rabia infinita. Pero no a Carlitos, mi nieto más pequeño. Es un cabroncete. No sé como pero me hace reír.

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