juanitorisuelorente -

jueves, 1 de noviembre de 2018

LA HUIDA

(Imagen de la red)
























(Andábamos más allá de la muerte
y fueron borradas las noches,
muchas tardes de otoño).
No se abandona la palabra
si no hay un tibio rostro,
una calle deshabitada,
si el pensamiento finge estar
cuando la luz ha quedado lejos. 
No se abandona un nombre 
si está hecho destino, aire
detenido, si arde revuelto 
de tiempo presente y escribe
de poseer la luz.
(No sé permanecer
en polvo y ausente,
entregado a lo insensible,
tras la insensatez que deshace
los días de mundo).
El adiós 
es la altura oculta
en el fondo más solo, 
la fuerza con vistas a la ceniza,
al roto
y la mano pura.
Llover de invierno,
estar a salvo
aunque quiebre al alba
sentirse memoria anegada 
sin el valor de los gestos,
donde se enciende una flor, un poema.
(Así, contigo, verdes azules
al hombro
y la vena que estalla en su ataúd,
léase , sabiendo en sí,
profunda señora).
El corazón empuja
y arrasa en su virtud
a las palabras que derriban 
las torres de mudez
como triunfo en solitario,
y huye.
De antaño el pretexto,
desnudo indescifrable 
y bajo vientre, se funde ahora 
a los ciegos soles
el umbral 
de las cosas pequeñas,
al extremo límite como cuerpo 
de pájaro y de lágrima.
(En mi fuego aún estabas
con el aliento escrito
y la piedra
en el vértice del silencio.
Ángel caído).
Seguir andando 
al propio hombre
sin el niño fantasma. 
Ir donde no puede encontrarse 
asfixiado el latido,
donde duerme la orilla 
del aire
tras la penumbra,
descarada la transparencia,
la sangre que abrasa el mar.
Huir por hilos descalzos
al caudal de sentir
para cambiar, radiante, 
la forma verdadera, 
los tiempos arañados
por demasiado tarde y frases hechas.
(Sí, estaba roto
el hilo en la noche misma
y se unía vivir
a la vida entera
el oido estable del que huye
a oír y escuchar,
simplemente. El amor).

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