juanitorisuelorente -

viernes, 30 de diciembre de 2016

RARITO, BLANDITO O BISEXUAL

(Imagen de la red)
























Maricón.
Hay que llamar a las cosas por su nombre.
Tomar un atajo sólo conlleva tener tiempo de aceptarlo.
Es así pero cuesta, más para alguien que ha presumido de haber tumbado a las mejores –eso dice él y yo tomo nota- . Un macho de bandera y ahora la bandera queda a media asta, como de luto; lo hecho hecho está, dicen por ahí, pero él dice que no, que lo hecho hay que matizarlo y definirlo en consecuencia.

¿Por qué no rarito que suena mejor, o tierno que tiene muchas más lecturas, o bisexual -a dos bandas- donde pueden darse muchas de cal y alguna de arena?”,

porque sólo ha sido alguna de arena, y tal vez para calmar esa curiosidad que a muchos embarga y ahoga la voluntad, pero no, no, le llaman maricón, maricón, así de burdo y claro y no le gusta. Y menos a Pili..., y ¡uf!, a su madre.

Le presento, se llama Luis, Fernández si viene al caso; y su amigo Oscar, marido de su prima. Diez, quince años conociéndole y era su prima Manoli y sus pechos promiscuos la/los que abanderaban su morbo y su ansia. Ella, sus pechazos sobre todo, le siguen gustando, no así su manera de hacer el amor, maquinal, como ausente, como quien te presta lo que tiene mientras echa una cabezadita o piensa en los avatares del día.
Siempre ha dicho que las mujeres (nuestras parejas) tienen mucha culpa de las bifurcaciones que exploramos, y son quienes firman la autoría de nuestro carácter, y es que nos convierten, en general, (él se cuenta, y Oscar, y muchos más que conoce) en fieles animales de compañía o depredadores sexuales, al gusto, antes de despegarnos de su lado con buenas maneras o a zapatillazos. Que salvado el éxtasis pre-boda vallan su espacio protegido, y nos construyen una garita en la puerta para montar guardia con el carrito de sus necesidades. 

Así nos convierten en pollas, en recaderos, en carteras repletas de billetes, en esponjas absorbe todo sin opción a la réplica, entre un sinfín de cosas. Dirán que son casos extremos, ya, que a ustedes eso no les ocurre, que a lo mejor a mí me ha tocado la china (o la breva), puede ser. Yo puedo decir que mi Pili es muy suya, que a mí me quiere para todo, para todo lo que ella quiere, salvo algún puntual regalo”.

Y forzosamente, dice, llega el despegue, que empieza… pues como empieza todo, no importándole que vaya fraguando poco a poco un trocito de vida al margen de ella, no lo niega, libertad gota a gota que le sabía a océano. Y así aparecieron las cañas en el bar de Jose los domingos por la tarde, y después los cubatas y el fútbol, y luego las partidas de cartas en La Gruta Negra, también el desplume, y las putas y sus enjuagues sistemáticos 

-“Se agarran a la faena como yo al trabajo los lunes-. 

Y aturdido de tanto mareo conoció a Oscar, como hombre porque como marido del putón –la llama-de su prima ya le conocía. Le conoció como hombre cuando vino a recriminarle que se acostara abiertamente con su mujer. Hay palabras que se entienden aunque se digan otras, miradas distintas en los piélagos de las miradas superficiales de rabia o asco; Luis supo ver todo eso y se estremeció. Aún hoy lo recuerda y se le pone dura: 

“Son esas cosas que no tienen explicación razonada, que te empujan como un ciclón a tu espalda, que ciegan y entierran nuestra escala de valores, que abre una puerta que nunca habíamos visto, ni siquiera pensado”. 

Luis, la verdad y de corazón, sólo había sentido curiosidad por esas vergas descomunales que salen en las revistas del gremio soñando con esa hermosa posibilidad para satisfacer e impresionar a las decenas de coños, alardea, que pueblan su agenda, para despertar de su hipnosis a esas mentes de espasmos rutinarios macizándoles sus huecos inertes con poderío.

“Es el sueño de cualquier macho algo cortito, no demasiado, dice mi Pili, aunque yo sé que no, que no llego a donde ella necesita, que no grita como me han dicho que gritan otras, pero es lo que hay, lo que tengo”. 

Hasta que le mandó a esparragar los domingos por la tarde había echado tierra a sus defectos y se conformaba con lo que le ofrecía (nada de lustre, bien mirado), y pensaba que ella hacía lo mismo con sus limitaciones, pero no, claro que no, era idiota y confiado. Ella necesitaba las tardes de los domingos para desmelenarse. Sabe de buena tinta que en las reuniones en casa con sus amigas le daban la vuelta a la tortilla con toda clase de artilugios mecánicos y con un miembro natural, el de un vecino viudo entrado en años y que se colaba de rondón. Así empezó la insidiosa a no poder pasar sin un polvo sonado a la semana con el primer guaperas que se le pusiera a tiro mientras Luis discernía entre tal o cual opción hasta que tropezó con Oscar. Un juego de domingo que asaltó a cuchillo al resto de la semana. No pudo evitarlo. Prefirió la verdad cruda a la mentira con aderezo. Nadie le había enseñado a amar a alguien de lunes a domingo por la mañana y a otra persona el domingo por la tarde, a abrir y cerrar los sentimientos con una compuerta. Ahora ama a ésta, ahora ama a éste. No sabe amar así y menos a una Pili compartida aunque ella le repite lo contrario. Con toda naturalidad le dice que esto es sólo un juego, un relax necesario, como dormir o comer. Luis está convencido que su Pili es un putón verbenero y no quiere ni pensarlo. Y se irrita. Y vuelve a pensar en Oscar: 

“¿por qué, dirán?, ¿por qué no con una mujer?, no sé, me gustan, me he acostado con muchas y lo seguiría haciendo, sólo que con Oscar es otra cosa. Él es, como yo, un perro apaleado, un almacén de cariño con las puertas tapiadas, un toro rabioso con los cuernos romos”.

Y ocurrió.
Se cornearon mutuamente, se abrazaron y besaron como si les fuese la vida en ello. 

“Me penetró, le penetré como si nos claváramos un puñal que nos destrozara las tripas”.

Y al rato, desnudos boca arriba sobre la cama fue cuando empezaron a hablar y a conocerse, a buscar sus manos y apretarlas con ternura. ¡Un hombre!, recuerda que suspiró, ¡le había penetrado un hombre!, ¡había penetrado a un hombre!, y se sentía feliz, y no le importaba nada. El concepto hombre o mujer pasó a un segundo plano, atascada la lógica establecida y a todas luces razonable. No es que pensara que algo se había roto, que algo hubiera muerto y a la vez nacido porque no tenía por qué ser radical. 

“Ya he dicho que me excita una mujer si llega el caso, no soy un monstruo, ocurrió y no me arrepiento. Volvimos a hacerlo, lo hacemos, seguiremos haciéndolo. Nos queremos, es lógico”.

Pero ahora tiene que enfrentarme a ser un maricón y eso es muy fuerte, enfrentarse a su Pili, bien como recatada esposa o como puta de domingo, enfrentarse a su madre, cincuentona, viuda, una joya de madre, entregada a la liturgia y a los rezos toda la semana salvo los ratos que come o duerme.

Menudo cuadro para enmarcarlo”. 

Y eso no es todo porque la palabra maricón con el viento a favor es como fuego en un pastizal. Ha llegado a oídos de su jefe, un devoto entusiasta, y apelando a la crisis le ha echado a la calle de una patada en el culo. De nada hubiera servido decirle las veces que se ha acostado con su mujer, y con su hija, que esto hasta beneficia a su cornamenta en cierto modo, pero no, no, ha preferido callarse. Y en casa su Pili le ha montado el pollo. 

“No es lo natural, Luisín, no, no y no. Están los cánones, la ética… -balbuceaba de modo capcioso- ¿cómo voy a tocarte ni un pelo así? ¡es que me da algo que yo qué sé…!”


¿Así cómo?, le preguntó, se preguntó, Luis, pasmado”. 

Tuvo que irse. 

“Sólo por un tiempo, tonto, le dijo la Pili frotándose las manos”. 

 Su madre no le abrió la puerta. Un Padre Nuestro y un Ave María tras otro la escuchó murmurar con el ojo clavado en la mirilla. 

“¿Dónde está la tolerancia? ¡mucha teoría, eso sí! ¡qué asco de mundo! – berreó durante un buen rato”. 

Mundo que empezaba a cerrarle puertas y más puertas en las narices. Entonces se paró a pensar. Y no tardó en suspirar, y atraer a Oscar. Su imagen llenó el vacío que sentía, pero no todo ya que pululaba con total libertad el absurdo de la situación creada. ¿Y ahora qué hacer? Buena pregunta, se pregunta. Porque Oscar le ha dicho que lo de dejar a su mujer ni de coña. Lógico, ya que ella es la única que trabaja y desea seguir dejando lo de doblar la raspa para sus encuentros esporádicos. 

“Así no cansa, Luis, además que lo tuyo sólo es una raya en el agua, que soy muy macho, como tú”. 

El como tú le retumba en la cabeza y rechina.

“Cómo tú, cómo tú, macho sí, pero sólo a medias, o sea maricón, grita en mitad de la calle asegurándose antes de que no hay nadie”.

No puede creer que esto le esté pasando a él. Hace nada tenía un buen trabajo, una recatada esposa, una prima liberal, no tiene hijos, 

“ni ostias, sentencia”,

aunque esté sin un duro, al menos eso es lo que su Pili le recalcaba de vez en cuando. En fin yo ya me callo. Dejo a Luis cavilando desde su indigencia laboral y conyugal, y casi sexual, al tiempo que busca una caja grande de cartón donde pasar la noche. 

“¿Maricón, y por que no rarito, blandito o bisexual?”

(2011)

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