Al pie de
otra tarde se acuesta el olvido.
Y
mientras cuida otra luna que pasa a su mundo parado
descansa
la niña por los cauces del amor y del odio.
Otro día
sin ninguna otra cosa, otro pasado
que se va
por las oscuras aceras de las calles desiertas,
otro
estar sin vivir que engorda al tiempo, que
enflaquece
al tiempo de quién no renuncia a su sangre,
quién
carga sola con las ramas de la muerte.
Calla la
canción del día,
el
silencio huele a pan.
Al fin se
sienta el rostro que vuelve a sí,
a mirar
lo que le existe,
a volar
por sus quisieras.
Momentos
que van y no van a ninguna parte,
ni
siquiera a preguntar de qué sirven los días
que vendrán,
que vendrán,
tantos, y
tanto navegar por los restos ciegos.
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