juanitorisuelorente -

jueves, 12 de septiembre de 2019

LA QUEJA





















Tenemos instaurada la queja. Somos de quejarnos. A lo que funciona buscamos el pero, y a lo que no, obviamente, con más motivo.

Las romerías de mi niñez tendrían su pero aunque en el tiempo las recuerdo como muy entrañables, muy familiares y concurridas, donde no faltaban el ascua, la paella ni a Los Neliab en la verbena.

Romería, que fue derivando en otra cosa, en tres semanas de juerga sin control donde la bebida era la imagen que adorar, y bueno, La Patrona quedaba relegada a verla pasar durante cinco minutos, a hombros o acompañada por una multitud devota que, pasada la misa y la procesión, tomaba el camino de casa, del chalet o del restaurante.
Y recuerdo que, entonces, el sentir general, la queja, era que se había desvirtuado, desmadrado, el sentido de la romería.

Pero pronto llegó la restricción de hacer fuego y no tardó en apagar al llama a una juventud que ya andaba anclada a su recinto fijo, su botellón de todo el año, donde caben todas las fiestas.
Y así, Zocueca fue perdiendo fuelle, atractivo, hasta que quedó desierta.

Hoy, en Zocueca, el ambiente romero está lejos, a siete kilómetros. Allí se ha instalado el ascua, la barbacoa y la verbena. Verbena a la romería de parecido con una a San Juan, a la Virgen de los Dolores, por ejemplo, porque allí hay alusiones pero de Zocueca ni rastro, aunque el domingo resucite de 6,00 a 13,00 horas, siguiendo una tradición en la que más de media ciudad se vuelca con una tradición encomiable.

Pero claro, esgrimiendo la queja.



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