La tierra no ofrecía fruto alguno,
caía todo puente al otro lado,
me asomo a las ventanas de la vida
y sigue el corazón colgado en alto.
Imploran luz las páginas anónimas
si siempre está de muerte su epitafio,
mas cuando todo mundo es ya cadáver
sin brotes que taladren el asfalto.
Penúltimos, los pasos del deseo
se enredan como sol hacia el ocaso
tratando de lograr, tan infelices,
que un heroico rumbo dé en el blanco.
Cuando se ajusta al vientre de los mapas
la edad a la razón le da la mano,
quizá sea el final que se merece,
sombrío, tan longevo lo agotado,
quizá como ritual de alguna noche
sujeto al corazón con uña y clavo.
Extraño es el nacer con otras alas
quedando atrás la patria y su fracaso
mas ruge niño el mar de los colores
ahogando en sentir ya todo daño
-valiente es navegar en uno mismo
sin todas las prebendas del remanso-.
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