juanitorisuelorente -

lunes, 14 de noviembre de 2016

EL BESO ETERNO (Relato)

(Imagen de la red)























Había sido una noche mágica.
Nunca creyó que un sueño de sus dieciocho podría hacerse en lo eterno realidad. Margarita siempre estuvo ante sus ojos. Jugó con ella de pequeña. Vio crecer su cuerpo, su pecho, sus piernas de alambre cada vez más vigorosas, la besaba siempre en las mejillas, como amigos, a centímetros de sus labios, pero se alejó de su vida, cambió de ciudad y jamás volvió a verla, aunque siguió presente hasta en sus sueños más ancianos.
Y esta noche se levantó como tantas noches, paseaba saludando a los de siempre: Tomás, Felipe, su tía María, a un niño recién llegado, saludos tibios sin nada ya que contarse, ni con el niño al que no le salía la voz.
Y la vio sentada en el mármol. Siempre fue muy callada, necesitando un rato de impás para lanzarse a hablar ya imparable, como una cotorra, de todo y atropellado, si un hilo fijo, pero encantadora, con una voz dulce que invitaba a soñar.
Y no había cambiado.
Lucía veinticuatro, calcula. Él se había decantado por sus cincuenta, la mejor etapa de su vida, donde curiosamente tuvo más futuro que pasado. Ella hermosa a reventar, con el canalillo siempre a la vista y la falda al filo de sus bragas. Sentada en el frío mármol era toda desnudez, toda ojos y amargura.
Le reconoció al instante y se fundieron en el aire de un abrazo.
Se sentó con ella y le miraba sin decir una palabra, pero con la sonrisa de aquella chiquilla que era toda oídos y espera. Él le habló por sus avatares de media vida hasta que ella estalló:
  • ¡Ay, Juanito, que ni aquí me dejas
    Y siguió, siguió hablando hasta regalarle toda una noche de inagotable luz, un inicio de eterna esperanza. No se había casado, estaba sola y quiso volver para descansar en su tierra. Y aquí estaba él, olvidando sus lazos, para calmar su soledad.
Ella le dio las gracias cuando el sol ya apuntaba su primer destello, y le pidió que la besara, como siempre lo hacían, pero esta vez buscó sus labios. No se resistió, y él se meció en ellos hasta que ella calló hacia atrás con un sensual hasta mañana.
Se quedó un rato anclado a la idiotez, repasando imagenes de la adolescencia, hasta aquel día aciago en que la perdió de vista. Y vagó ebrio de su voz, sumergido en sus labios. Y vagó, vagó, voló, ondeó por el aire sin adonde, hasta abrazarse al tronco de un olivo. Entonces reaccionó. El sol estaba ya alto, y el trasiego ronroneaba por todas partes. Nunca había ido tan lejos. Intentó situarse, el cementerio estaba al otro lado de la ciudad, esperaría a que cayera la noche para ir a buscar entre un mar de nombres donde estaba su tumba.



No hay comentarios:

Publicar un comentario