juanitorisuelorente -

miércoles, 23 de noviembre de 2016

DETALLES

(Imagen de la red)
















No tenían infancia
ni sol bajo el brazo,
dejaban soplar
sin abrir la boca.
En su origen el mismo poema,
la misma falta de nacer,
el mismo sentir de humo
y pedacitos de mover piedras.
No había sangre en su beso
cálido, ni una palabra rara
que dejar escrita. Se daban
a ciegas, tras el efímero florecer
del deber cumplido, amor
a primera vista por la celeridad
del despistado, y con la precisa
tendencia, descalzando, apenas,
la intimidad, sin colores
ni desvelo. Tal vez
por la arena, la fuente sombría,
el silencio del agua, tal vez
fruto de la evidencia, la que
desentraña la distancia,
la lluvia de tenerse por costumbre,
tal vez por la carne rota, porque
nunca llegó a hondo escalofrío,
ni a cómplice de ser el mar.
Y expira, y en el instante azul
que nace luna, que viste
de estrellas la pared blanca,
cuando ahonda sin edad
en las fechas de otro nombre,
y de las raíces intactas brotan
instantes en flor, el placer profundo

de hacer suya la mejor de las cosas.

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