Antonio
camina como siempre por su ciudad de siempre, por una de las calles
de siempre, y se para.
Ya
se ha parado otras veces, y aún no entiende por qué. Conoce hasta
el ruido de sus pasos. Conoce lo que le espera. Personas le saludan.
Sabe de baldosas sueltas en las aceras, de vaivenes, sabe qué le
gusta y qué no, donde se encuentra a gusto y donde ha de pasar de
largo. Ocupa su espacio desde siempre, es libre hasta sus límites,
se casó y es fiel a lo de siempre. No tiene queja. Es feliz. No
necesita nada. Solo debe continuar. Seguir bordando lo de siempre.
Pero
ha vuelto a pararse.
A
su izquierda hay un callejón oscuro. Siempre lo ha visto, pero nunca
con curiosidad. No tiene nada de especial. Tan solo el no saber qué
hay, qué esconde, a donde lleva.
Hay
un rótulo, y no entiende lo que dice. Se acerca y lo lee. Bah, solo
es algo que no conoce. Percibe lejos una luz y se adentra. El brillo
de su calle de siempre comienza a difuminarse. Llegado a un punto se
halla en una total oscuridad. Percibe luz delante, luz detrás, con
similar intensidad.
Y
duda. Su cabeza gira y gira.
Aventura...lucha
o acomodo.
Y
siempre fue un luchador.
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