juanitorisuelorente -

miércoles, 3 de septiembre de 2014

CINCUENTA Y SEIS EN VERSO (Capítulos IX, y X)

(Imagen de la red)























IX

Después de hervir en el coso
frente a la vida de cartón piedra,
y beberme el pienso litro a litro,
oía tocar diana sin más falsificaciones.
Pregunté al gremio si era navegable,
todos me dieron con la puerta en la orilla,
y me hice autónomo. Un niño
en un jardín, y con licencia.
El tema segó toda condescendencia
a la juventud, y algo a tientas
fui palpando qué es la realidad
montado a caballo de mis primeras
chimeneas. Llegaba donde otros tosían,
tenían ojos de sapo. Acabé una obra
de tantas al mismo de la familia,
y se me abrió el mar Rojo
para pasar con fe al otro lado. Tenía
veintidos. La sangre hervía en el cine
Hernández con una de risa o de Drácula,
el coche era un arma prohibida, desmantelado
el huerto, el horizonte lucía todas mis piezas
muy desordenadas, así que al tiempo perdido
dibujé manos y manos para pensar de mí,
solo, y de una puta vez de mí.


X

Este es el tiempo de respirar los fracasos,
nimios es cierto, y de ser una y otra vez
ave fénix. Nunca cubría grietas con plastilina,
perdía, pero siempre para ganarme. Este
es el tiempo de que luzcan blancas
las sábanas tendidas, de estar al sol,
o la lluvia, sin un mal gesto, de dar
proyección al cuerpo oscuro.
Conocí a Talumbro, una unión
desigual, mi primera decisión errónea.
Siempre mi sangre, y sus dosis de veneno.
Un cartucho de dinamita atestado,
además, de ilusión, camaradería,
coraje, ganas de comerse el mundo,
y la mecha encendida. Tuvo
su azul inimaginable, una aventura
no apta para empresarios, trampas
hasta para los conejos, pero salió bien.
Creamos un sueño de aire, y sólo
a costa de sufrimiento. Él dejó
las esquinas, mi padre se tragó sus palabras.
Pero la mecha rozaba la irrealidad.
Mi casa era un caos, mis beneficios
para la mierda, mi piso un esqueleto
que debía lucir la piel y los adentros.
Este es el tiempo en que
los veinticuatro, los veinticinco caminaban
a nada, y no. Nunca construye
los que no tiene solución. Y los novios
se cansan de pajearse. Salté la linde.
Me enfrenté al mar. Tenía una barca,
y mis brazos eran los remos.



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