juanitorisuelorente -

sábado, 5 de febrero de 2011

LA CIUDAD SOLA

El deseo y el corazón difícilmente van de la mano.
Lo que se quiere y lo se debe están a menudo enfrentados y con la vista puesta en distinta dirección.
El buscar afuera la ganga que ni tan siquiera intentamos cotejar dentro, el seguir beneficiando el comercio exterior en detrimento del nuestro es tirar piedras y más piedras para arriba a sabiendas que alguna, antes o después, nos caerá en la cabeza. Eso lo sabemos todos.
También que un problema enraizado, fosilizado, por el que durante años y años nadie ha hecho nada por remediarlo se agudiza en tiempos de crisis. El no haber apostado por crecer, por otro tipo de industria, nos deja solo con la ruina de la que hay, y la del resto porque dependía cien por cien de ella.
Aquí sólo se apostó por que el trabajo creaba riqueza, y no porque las nuevas ideas crearan trabajo.
Ahora se llora y se aboga por lo que nunca, abiertamente, ha importado. Crear un vicio, una costumbre, es fácil y erradicarlo, atraer a la gente, tarea de muchos, y unidos, algo que, ni así, hay.

El estar apanados, el haberse apañado siempre con lo que había -mucho para todos- deja ahora el haber de apañarse con lo que queda –poco para casi nadie- . Perdonen si con esta trillada evidencia local sólo busco palabras difíciles de tragar.

La gente llama a la gente. Es así aunque nos de rabia. Y mucha gente, unos gastando más y otros menos, siembran riqueza, ilusión, ánimo de seguir adelante.

La soledad, en cambio, provoca frío.

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