juanitorisuelorente -

sábado, 15 de enero de 2011

CUANDO NO HAY NO HAY

Hay palabras bonitas que quedan muy bien en los discursos, mucho más en las promesas, dan fe de una larga lista de convenientes decisiones, de enérgicas intenciones, el problema es que tardan, y tardan mucho, tardan demasiado, o no se realizan, porque hay que entender que cuando no hay pues no hay.

Recuerdo que de pequeño –de pequeño, de mediano y de grande- en alguna mala racha económica y ante algún capricho o necesidad esa era la frase que me espetaba mi madre a pesar de su buena voluntad: “hijo mío, es que ahora no hay”.

Ésta crisis, que empezó en lo más alto, cayó pesada como una enorme plancha de plomo a lo más bajo, sin detenerse arriba demasiado, dejando a la mayoría atrapados del suelo para abajo.

Y desde ahí, a dos velas, piden ayuda a los privilegiados de afuera, privilegiados que se van mirando uno a otro subiendo de cargo hasta que queda sólo uno. Uno que no tiene otra opción que discursear, esbozar promesas, eso sí plagadas de palabras bonitas, rellenas de inminentes decisiones, enmarcadas de tupidas intenciones, para al fin acabar diciéndose, aunque para sí, esa frase que también me decía mi madre.

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