juanitorisuelorente -

viernes, 4 de agosto de 2017

NUESTRAS ENTRAÑAS

 (Imagen de la red)
(Imagen de la red)
(Imagen de la red)




















NUESTRAS ENTRAÑAS

(1)
El tiempo camina.
Subebaja
e imita la infancia de una calle
en blanco y negro. Y hace de ella
un flash de identidad, un instante
perdido que exhibe su nombre
con alma dentro. Como un río de orillas
blancas con cuerpos de piedra
que miran lejos: la espalda de luto,
la constante conversación con el guardia civil,
la niña distraída, el perro
que duerme para siempre, el burro,
chuleando al empedrado,
y la iglesia,
al fondo,
firme, indemne,
-ella sí-
hacia lo eterno.


(2)
A las sombras y al agua
las añora un desierto,
y a los viejos
las una de la tarde.
A la primavera de una plaza,
reducida
a un suelo de ceniza,
no le crecerá la hierba.
La tierra tiene coche
y el cielo pasa hambre.
Es lo moderno,
aparcado de por vida
en la memoria,
en otro triste y gran adiós
al hombro/e.


(3)
Aquí bebemos por la tapa.
Comer es, por tanto,
el que bebe. Aquí
todo bar tiene de tapa
su historia, si tiene historia.
Somos así.
Si llena los ojos
alegra el vaso y llena y llena
cuerpos de luna eterna.
De aquellos que fueron
aún ronda el alma
por la carne que despunta
en abundancia. Y a esos, les damos
apreturas, ruido, suciedad,
y los cuerpos muertos como cultura
del abandono (sabemos morirnos).

(4)

Nuestra alma es de barro.

De barro nos moldean
el nombre nuestras raíces.

De barro es la bonanza,
nuestro as de corazones.

Barro que,
si construye y decora
amamanta soplos
de rutilante eternidad,

pero solo es tierra,

si no llueve.

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