juanitorisuelorente -

jueves, 19 de junio de 2014

MIRADAS (De "En cierto sentido")


















Se me ocurrió. No venía a cuento pero lo dije:
  • Te quiero
La que hacía unos minutos se había presentado como María y me relataba con minuciosidad la reforma que desearía que acometiera en su vivienda calló de golpe.
Hay miradas que hablan por sí mismas, la mía la tomó como una afrenta, mi confesión como una puñalada (una herida de pega), antes de girarse y marcharse sin esgrimir un saludo.


Viene de lejos. De muchos años. Años de miradas, de análisis profundos, gestos de una u otra índole.
Hoy me enteré de su nombre, María, María..., suspiro. No sé si sigue casada, jamás la he acechado ni seguido, dejando nuestros encuentros al azar, cruces de miradas más o menos intensos, la mayoría desairados.
Reconozco que me gusta, también que nunca he deseado nada de ella, ¿qué entonces? Estoy casado. Soy feliz. No busco otra relación. Lo de ella, a lo largo de los años, bien pudo ser una verborrea visual incontrolada. Sí, creo que dejé los ojos a su libre albedrío y toqué sus cimientos como un juego. Un juego en el que hubo de todo, miradas de curiosidad (nunca lo había llamado amor), miradas de odio, de absoluta indiferencia.
Ahora pienso, mientras la veo alejarse con el movimiento peculiar de sus piernas, algo despatarradas, sensuales me han parecido siempre, que no puede ser casual que haya venido a buscarme para ese trabajo, que se haya puesto frente a mí y hayamos oído de primera mano nuestras voces, tampoco esa metedura de pata mía hasta la ingle, no, no es casual, entre nosotros hay algo, no sé si llamarlo sentimiento, de ningún modo llamarlo amor.

Dobló la esquina. Volví a mi trabajo. Intenté no pensar en ello. Pero era difícil. A lo largo de la mañana imaginé situaciones de todo tipo, la mayoría rocambolescas, naturalmente entre ellas encuentros fogosos, alguna salida de madre.
No la conocía. Había forjado una persona a mi capricho que tal vez no se ajustara a la realidad. ¿Cómo sería en realidad María, y qué me importaba? No pasaría un casting de belleza. No es de esas que nos hacen girarnos a los hombres como un resorte. No la llamaría fea pero sé que sí cualquier otro. Su voz varonil aunque con un tic algo gracioso tampoco dice mucho a su favor. Es bajita, con un físico nada estridente, ¿qué entonces?, me digo como tantas veces a lo largo de tantos años. ¿Qué entonces?, ¿qué me atrae de ella? Mis ojos se iluminan cuando la veo, mi corazón se acelera, eso no puedo negarlo. ¿Me gusta?, supongo que sí. ¿La quiero?, ¡qué estupidez! Pero una estupidez que susurraron mis labios. Le dije te quiero sin poder evitarlo y me pesa recordarlo.

El móvil sonó sobre las doce.
  • ¿Pedro?, soy María. Perdona que me haya marchado. Tengo interés en que me hagas la obra, me han hablado bien de ti, en fin..., me gustaría que la hicieras
Su voz impetuosa me dejó sin habla.
  • Mi marido estará aquí sobre las cuatro. Si te parece puedes venir a esa hora
  • Vale, vale – balbuceé sin pararme a pensar
  • ¿Sabes donde vivo?
  • Sí, claro – dije y creí haber metido la pata de nuevo
  • ¿Entonces, hasta las cuatro?
  • ¡Eh!, sí, sí, hasta las cuatro
Colgó. Mis oídos eran un hervidero de grillos, mi corazón tamborileaba con soltura. Hay situaciones que sobrecogen, que nos hacen desear que nos trague la tierra, ésta no sabía cómo afrontarla, ni si debería afrontarla.
Bueno. Sabía algo más sobre ella. Tenía marido. Conocí a su marido. La última vez que los vi juntos fue hace muchos años. En un bar. A ella le molestó mi presencia, supongo que mucho más mis miradas intermitentes, y se marchó a los pocos minutos con un genio de mil demonios ante mi sorpresa y la de su marido. No he vuelto a verles juntos, tampoco a su marido. Eso me indujo a pensar que fuera una mujer separada, tal vez viuda. Sigue casada con él, no lo entiendo
No viene al caso pero también sé, de casualidad, que es abuela. Yo también desde hace unos meses.
Vuelvo a mi estado. Me puse un poco raro. Los nervios jugaban a atenazar mis músculos. Definitivamente no podía pensar en otra cosa. Era una encerrona. A lo mejor la manera más eficaz de dejarnos de niñerías y de poner las cosas en su sitio pero una encerrona, sin duda.
Como juego ya no tenía gracia pero nunca supe evitarlo. Era superior a mí.
Tengo esposa, una hija, desde hace unos meses un nieto precioso, ya he dicho que soy feliz.
María, María, suspiro.
¿Qué la ha movido a enfrentarme?
Su imagen se materializa delante de mí flotando risueña. Puedo acariciarla, apretujarla, pero no me escucha, no sé por qué no me escucha cuando le hablo. Mi ayudante, Pepito, un chico algo pasmado, pensará que no estoy bien de la cabeza.
No es lo mismo ser el acosado. Ahora soy yo el acosado. Se han vuelto las tornas. Lo tengo merecido.
El día se me hace muy largo y juego a ponerme en su lugar, a hacerme sus preguntas. ¿Qué busca éste tío, por qué me desnuda cada vez que me mira, por qué no me dice qué quiere de mí?, ¿es tonto o se lo hace? Me miro en sus ojos y qué veo. No me gusta lo que veo. Soy un ser cerrado, egocéntrico, egoísta, añadiría que solitario aunque no esté solo, triste aunque diga que soy feliz.
No es lo mismo ser el acosado, te hace replantearte cosas, no, no, ha sido un golpe certero, una buena lección, creo que jamás acosaré a nadie.
¡Qué bonito queda!, borrón y cuenta nueva. Ojala y así fuera. Porque éste tema aún debo torearlo. Agarrar ese toro por los cuernos y forcejear con él. Presentarme en su casa, poner actitud preponderante, tener respuestas para todo aunque algunas sean un rollo Macabeo, procurar mirar a María sin ninguna intención (María, María, suspiro), salvo cuando se de la vuelta y su marido esté distraído. Soy un hijo de puta, lo reconozco y lo que me ocurra ésta tarde a las cuatro lo tendré merecido. Deberían cerrar la puerta tras de mí e hincharme a hostias. ¿Quién soy yo para desestabilizar un matrimonio, una unión, parece, longeva y armoniosa? Ella enfatizó “mi marido” con amoroso silabeo. Eso se nota. ¿Por qué, entonces, me devuelve las miradas, a veces con asco, a veces con una sensualidad que me idiotiza?, ¿qué pensará de mí?, ¿sentirá algo por mí? Tal vez ganas de sacarme los ojos. O no. No sé.
Son la una y las cuatro están al otro lado de un puente colgante de cuerdas y tablas, algunas, demasiadas, podridas. Un poco antes, como en un stand, están mi mujer y mi hija a la mesa, la televisión como mediador con las primeras noticias y luego Saber y Ganar y sus intríngulis. No me encuentro bien, callaros, dejadme, estoy cansado, no oigo la tele, será suficiente para los veinte minutos escasos previos al café en Los Patos, casi a las cuatro, como a diario.
Ha pasado. Más o menos como he dicho. Pago el café y al salir a la puerta ya noto el corazón a revoluciones inusuales. María puebla mi paisaje. Los edificios, las calles, los coches que pasan tienen su cara y su nombre. Difumino el rostro de su marido al que no logro ni insisto en perfilar. Dentro de unos instantes estaré frente a los dos con quién sabe qué argumentos. Por supuesto que los sé. Balbucearé. Sí, vale, no, correcto, de acuerdo, o quizá las frases más largas: me parece bien o no me parece bien, acompañarán a la verborrea usual de la señora de la casa que no parará de exponer decenas de ideas y puntos de vista, muchos sin pies ni cabeza. Tengo claro que si el tema se circunscribe a la obra no contradeciré ninguna de sus ideas y si deriva a terreno farragoso será el momento de poner a toda velocidad mis piernas. La manida cita: más vale un cobarde vivo que un valiente muerto se adapta como un guante a mi estado de ánimo. No afrontaré ninguna situación escabrosa. Yo jamás he mirado a nadie, ¿a usted?, ¿yo?, ¡por Dios, señora!, ¿cómo ha dicho que se llama?, ¿María?, (María, María, suspiro, la musa de mis sueños). Que no, que no, que a su mujer sólo la conozco de cruzarme con ella, sólo de vista. De vista, de vista, qué cabronazo. Me haré el tonto si llega el caso, será lo mejor. Aunque sienta el impulso de decirle: Sí, qué pasa, me gusta su mujer, y si ella quiere, aquí mismo y delante de usted le doy un revolcón. Me ruborizo. Que va. Jamás me he ruborizado por nada ni por nadie. No es una situación agradable pero no estaría aquí, aparcando frente al edificio por el que paso a diario con una u otra excusa (ninguna de lustre) por si la veo asomada y arrancarle una mirada, si no tuviera mi conciencia tranquila. Me contradigo, no se rían. Soy un hombre, ella una mujer, ¿Dónde está el problema? Las personas no son de nadie. ¿Qué es estar casados? Sonrío siempre al pensar que como ser un sparring (o viceversa) en una pelea cuerpo a cuerpo. Necesitamos a alguien definido para descargar todo tipo de cosas, la pasión entre ellas, mientras bulla, claro.
Vuelvo a esto. Tengo que cortar el rollo y centrarme porque mi dedo pulsa el timbre del 1º A.
El edificio es antiguo. Está dejado de la mano de Dios. Lo sé yo que siempre miro los defectos, las viables soluciones.
La voz de María desciende a responder a mi llamada. Está algo distorsionada. El altavoz del portero debe estar sucio. Se abre la puerta. El espectáculo es desolador. Los peldaños de la escalera, el encalado de las paredes, hacen juego con la caótica fachada. Pero se respira limpieza a pesar de la humedad. Es de agradecer. No es habitual. Éste estado incita a la dejadez. No la hay y me alegro. Retumban en la escalera los gritos de otros vecinos. Aguzo los sentidos, me distraigo, así no pienso. Pero no hay tiempo. María se asoma a la escalera.
  • Sube, pasa – me dice muy atenta
Ella entra primero. La radiografío. Un pantalón vaquero ajustado y una blusa azul se diluyen, pasan a un segundo plano. Pero no olvido cualquier cosa que se mueva en el interior del piso. María me saca de dudas.
  • Mi marido aún no ha llegado. Mientras tanto, si quieres, te voy explicando
  • Claro
La sigo por un pasillo estrecho y algo oscuro e imagino cosas. Estoy a solas con ella. Me excita el pensarlo. Podría besarla, hacerle el amor y no se enteraría nadie. Sólo nosotros. Ella habla y yo le beso los labios, se gira y la acaricio. Entramos a una habitación con humedades y una cama desecha, ¿qué nos costaría tumbarnos en ella, envolvernos de esa pasión que nos ciega, reventar uniendo nuestras vidas un instante? Después sonreiremos a su marido, a ese personaje siniestro que puede entrar en cualquier momento cortando nuestro hechizo con un hacha.
Ella habla y habla y no la oigo. Pienso que debo hacer algo, que debo darme prisa…
  • Perdona el desorden – me dice y me repite al notarme turbado – Ven, te presentaré a mi familia
¿Familia?
Estoy apoyado en el marco de la puerta y ella sale al pasillo casi rozándome. Huelo su sudor, algún resto de colonia. Es hermosa. Me tiene hechizado esta mujer normal en todos sus aspectos y que a mí me parece una diosa. La sigo de nuevo por el largo y oscuro pasillo y casi al final abre una puerta. Entra. Yo la sigo. Freno en seco. No puedo creer lo que veo. Cuatro y cinco chiquillos hacen como que estudian alrededor de una mesa cuando en realidad están pendientes del Tomate (un bodrio de Telecinco). Dos mujeres viejas en sendas mecedoras me miran con fijeza y me saludan. Una chica veinteañera juega con un ordenador apegado a una ventana y no se gira.
Me los presenta. Las mujeres viejas son su madre y su suegra. Están impedidas. La chica del ordenador es su hija y ni estudia ni trabaja.
  • Tengo otra hija casada y una nieta
Los cuatro o cinco chiquillos, de siete a once años, me aclara que son de su marido.
  • ¿Cómo que de tu marido? – pregunto con extrañeza
  • De mi segundo marido. El primero murió como sabrás
No. Me quedo de piedra. Yo ya no sé nada. Cierro la puerta a la fantasía. Me remito a la obra.
  • Sí – sigue ella, saliendo al pasillo y cerrando la puerta a su familia – nos han concedido una ayuda…, de la Junta de Andalucía, diez mil euros me han dicho, no estoy muy segura. Necesito un presupuesto para ver si con eso y algunos ahorros podemos afrontarlo. Mi marido trabaja en un tejar y gana bien, yo ya sabes que limpio casas…
Suena su móvil. Dice varias frases entrecortadas y cuelga.
  • Es mi marido. Dice que no puede venir porque ha surgido algo en el trabajo…
De nuevo enfatizó “mi marido” lenta y cariñosamente.
Creo que deseo irme. Le digo:
  • La obra que me has dicho hasta ahora calculo, así por encima, que rondará los cinco o seis millones de pesetas. Está todo hecho una pena
  • Pediremos un préstamo. Si algo nos falta te lo pagaríamos poco a poco, vamos, si tú quieres
Su mirada y sus gestos cambian. Se distiende. Lo noto. Sigue relatándome algunas cosas que va recordando. Mueve los brazos y me roza con disimulo. Me sonríe como a mí me gusta. Hace a menudo un gesto que estremecía mis apacibles sueños. Percibo el pastel. Su sabor dulce y su trasfondo amargo. Intuyo que no movería un músculo si me arrojase a ella como un desaforado loco. Que haríamos el amor con una pasión inusitada. Que me dejaría hacérselo todas las veces que hiciese falta. No pienso mal de ella. Me da pena su situación. Seguro que su marido está bebiendo en un bar porque ella le ha dicho que no venga, que tiene que estirar demasiado sola de un carro demasiado pesado. Que yo le caigo bien. Que qué más da. De paso huye de la monotonía. No es una puta. Eso lo sé de sobra. Es una mujer maltratada por la vida y yo un Mesías abyecto, un despreciable sujeto que busca satisfacerse por encima de todo. No olvidaré esto. Pienso en mi familia. En que no me la merezco. En que voy a dar marcha atrás a toda velocidad y regresar a ella. Cortar mis tentáculos. Volver a ser una persona normal. Centrarme en mí mismo y en las personas que me quieren. Buscarme y ver qué encuentro. Si merezco llamarme como me llamo, si ser quién creo que soy.
Por nada del mundo toco a María a pesar de su cercanía y sus insinuaciones, de sus pechos, ahora, medio visibles. La dejo con media sonrisa y con alguna promesa que sabrá por mi mirada, mi prisa, que no pienso cumplir. Salgo a la calle y respiro. María, María, suspiro, a pesar de todo, con hondura.


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