juanitorisuelorente -

miércoles, 13 de abril de 2011

BLANCO Y EN BOTELLA

No había nadie y son un montón.

Eran llamadas de teléfono, preguntas
en la calle, visitas de cinco minutos
y ahora todas vienen, se sientan
a esperar a la muerte. Hemos
dejado la puerta abierta para que todas
entren y salgan como de su casa.
Y hablan, gimen, lloran, opinan o callan,
incluso hacen llorar. Se les ofrece
magdalenas, vasos de leche, de agua,
Nolotil, o lo que quieran,
aunque esto no sea una fiesta.
Se les pone la tele bajita,
se les chista para que bajen la voz
una y otra vez. La mayoría
logran rememorar recuerdos,
y sin darse cuenta dolores de cabeza.
La mayoría mira su reloj con disimulo
y piensa en la excusa, la frase idónea
para marcharse. Luego,
al caer la tarde, volvemos a quedarnos los justos,
y completamente solos para pasar la noche.



4 comentarios:

  1. Juan, no sé a qué viene este escrito, si le ha sucedido algo a algún ser querido o no; per es tremendo lo que has escrito.
    Juan, así somos y nos comportamos los hipócritas humanos.Los animales son más sinceros y lo sienten de verdad. Es famoso el perro que estuvo 7 años ante la puerta del Hospital Zamacola en Cádiz, esperando que saliera su dueño,sin saber que éste había muerto dentro.
    Un abrazo, amigo

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  2. ...nadie
    piensa
    ser el
    siguiente
    JUAN
    así es
    la gente...


    un fuerte abrazo , amigo :


    j.r.s.

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  3. Sí, Juan, tremendo, tanto que he dudado si publicarlo o no, pero ha podido la rabia a ese silencio -barrera que ya saltó el que escribe- que roa las tripas.
    Los animales conservan intacto ese instinto familiar que los humanos hemos roto en mil pedazos.
    Es así, ya se sabe, pero jode y mucho cuando hay que soportar a los que, para un rato, se ponen la careta.
    Y en caliente, ya se sabe.

    Un abrazo

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  4. La muerte para los vivos siempre es la de otro.
    Y hay que hacerle honores.

    Un abrazo, amigo Jose

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