Todo empezó de estar cansado, no dormir bien, no
resollar, ese estado a que aboca el agotamiento.
Un fin de semana rutinario, y el ceder, dejar el
cuerpo a merced del deseo. Dormir despierto, conducir casi dormido, llegar a un
lugar (Córdoba), y caer rendido, apenas abrir los ojos, la boca para comer, y
luego dormir, dormir sin sueño.
Estaba crucificado boca abajo en la cama y noté que
no pesaba y que ascendía levemente sin ningún esfuerzo.
Frené temeroso. Pero
era agradable. Entonces cedí y noté un aire suave que in crescendo me empujaba
hacia arriba (o quizá fuese el aire que provocaba al elevarme). Tenía los ojos
cerrados pero sabía que mi cuerpo estaba sobre la cama. Iba a más, tomaba
velocidad, y subía más y más, imaginaba que estaba pegado al techo de la
habitación, pero no, seguía subiendo, más y más alto, muy, muy alto. La
sensación era maravillosa. Quería volar, marcharme de allí. Pero algo ocurrió.
Estaba consciente. Sabía lo que pasaba y tuve miedo. Mi ascenso se frenó. Por
un instante permanecí quieto, para caer de golpe a peso muerto. Noté la
terrible caída, brutal, las convulsiones al acoplarme al cuerpo, el pitido
ensordecedor en mis oídos, el corazón tamborileando a toda máquina.
Seguí alterado unos segundos y sin poder
moverme. Luego giré el cuerpo con pesadez
y me senté en el borde de la cama. Continuaba en ese estado de semi
inconsciencia. Estaba algo mareado pero di un salto decidido a darme una ducha
fría para despabilarme.
El cuerpo intenta soñar la libertad que no tiene. Curioso viaje... casi astral. Un abrazo.
ResponderEliminarMe ocurrió hace años y tal y como lo cuento. Estaba consciente y solo con pensar en ello lo revivo. Un principio apasionante y un final aterrador. Incluso con los ojos cerrados veo a mi cuerpo allá abajo, en la cama. Un abrazo Marcos
ResponderEliminarMenuda experiencia Juan. Eso que cuentas es para poner la piel de gallina.
ResponderEliminarUn abrazo.
Eso me pasó en Córdoba, en Los Olivos Borrachos -por la plaza de toros- que teníamos familia, y ya hace casi 20 años. Pues parece ayer. Un abrazo Elena
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