Vacila de memoria. Buen
fisonomista, alardea incluso estar convencido de quién es la joven que deja de
ser un punto poco a poco en el horizonte, en la larga recta en ascenso de éste
pedregoso camino que recorre a diario desde hace años.
Declina otra tarde angosta de
julio.
En los caminos que circundan la
ciudad, a esta hora crepuscular e incluso anochecida, es común
cruzarse con
personas solas o en grupos, pero no por este que se aleja en demasía. Y raro
que sea una joven de unos veinte años, sola, que ha visto en muchas ocasiones
por la ciudad aunque la última vez, recuerda, hace tiempo.
Siente curiosidad y acelera el
paso. En su mirada fija crece su silueta: morena, pelo corto, baja estatura,
vestido blanco, y balancea sus brazos con soltura.
Crujen las chinas entre el canto creciente,
generalizado, de los grillos.
No se nota cansado, ni suda. También
se enorgullece de eso y lo recalca a sus amigos. Lleva más de dos años sin
trabajar y andar lo mantiene en forma. Enemigo del gimnasio, camina dos horas
consecutivas a la caída de la tarde, y desde hace tiempo solo por éste
solitario camino, diez kilómetros rodeado de olivos hasta que se adentra en la
sierra, y luego los diez de vuelta por los mismos pasos.
No es hablador y cruzarse con
gente conocida obliga al constante saludo o a pararse, a ser blanco de los
chismorreos o a hervirle la sangre al ver a quienes no soporta.
Por aquí no ve a nadie. Pero hoy
sí. Hoy tiene compañía. La joven crece. El camino serpea ahora entre el verdor
casi nocturno pero no la pierde de vista. Hoy no está ensimismado en sus
pensamientos, ni en sus diarios y constantes problemas, sino en el caminar
lento pero volátil de ésta chica, en sus zapatos a juego con el vestido, en sus
manos, parece, sin un anillo, sus muñecas sin pulseras, sus orejas sin
pendientes, pero su diadema blanca en el pelo con flores, sí, con flores,
susurra para sí.
Se acerca a ella. La joven no se
ha girado en ningún momento. Ni cuando casi se pone a su altura. Es ella,
corrobora. Mira el perfil suave de su rostro, su belleza, al adelantarla, pero no la saluda ni ella le devuelve la
mirada.
El camino se le abre ahora
solitario. Quedan pocos metros hasta la cerca que da paso a la sierra. Solo cuando
llega allí mira atrás y no ve a la joven. Cae la noche. Los sonidos nocturnos
del campo se entremezclan en su mente y le confortan. Saca del bolsillo una
pequeña linterna e inicia el camino de vuelta.
Llega a su casa, un piso de
planta baja en un bloque de más de cincuenta vecinos. Pisos tan pequeños, con
las paredes tan delgadas que parecen vivir unos vecinos con otros. La puerta
está abierta. No dice nada al entrar. Hay demasiada gente sentada alrededor de la mesa del salón. Están todos
sus hermanos y cuñadas, sus hijos, su Mariana, “de negro hasta el cogote”, sonríe.
Calla y les mira. Escucha un momento lo que dicen pero hoy no le apetece hablar.
Va entonces a su sillón frente al televisor apagado. Se sienta y no le importa
que nadie haya notado su presencia.
Una soledad acentuada por la fugaz aparición de la joven.
ResponderEliminarSoledad de almas atrapadas, aferradas a la tierra, a la rutina que sesgó de un solo tajo la muerte.
ResponderEliminarCurioso e interesante relato, tal vez no lo entendí bien pero a veces podemos sentir mucha mas compañía en esos paseos en solitario que en una casa llena de conocidos o amigos. No todas las alma que te encuentras sienten esa soledad de la que hablas, a veces sencillamente te acompañan en tu caminar. Estremecedor.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo no me siento solo, Mercedes. Habitualmente no ocurre, pero hay existencias absurdas, tanto y tan equivocadas, que luego el alma es incapaz sin ayuda de liberarse, y menos acompañar ni ayudar a nadie. Un abrazo
Eliminar. No quería decir que la soledad fuese tuya, si no de esas almas que se quedan perdidas tan perdidas que no se encuentran ni ellas mismas. A veces nos encontramos con alguna y solo producen una profunda tristeza. Y también otras que se cruzan en tu camino, que llenan tu alma de paz y alegría sin necesidad de hablar siquiera. Solo sentir, esas son las que deberían acompañar en tu caminar.
EliminarTe había dicho que no me sentía solo sólo para darte la razón en que hay almas que nos acompañan, yo así lo creo firmemente. Y no sé quién será pero sí que me aconseja y quiere bien. Luego están esas que no saben bien donde ir ni lo que hacer y quedan ancladas a la rutina, a vagar por los lugares que recuerdan.
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