Estiro otra vez. Nada. Desisto. Y mira que lo he intentado. Me
he pellizcado la piel buscando el abre fácil, la tengo enrojecida y no he
logrado, no logro, quitarme la máscara.
Es mi cara la que sigue ahí, la que ha estado siempre, impertérrita,
para lo bueno o lo malo.
Me da pie a pensar que se haya soldado, derretido de
aburrimiento, por no haber servido para nada.
No es habitual, todo el mundo esconde algo, debo ser gilipollas.
¡Ay, Juanito, pero si hay máscaras hasta de cartón con una
gomita por cuatro céntimos!
Una máscara es lo que se estila, parecer una cosa pero ser
como a uno le salga de los cojones. Pues no. Aquí tienen a un servidor a cara
descubierta y recibiendo en ella más golpes que una estera. Bien es verdad que
también repitiendo: miren, este soy yo por suerte o por desgracia.
Soy de ideas fijas, por pensadas. Hace poco se quitó uno la
máscara y no me gustó lo que vi. No, no, no, prefiero la evidencia que ser una
víbora con cara de pato, por decir.
¿Por qué no ir desnudos de hombros para arriba?, ¿para qué
la hipocresía?
El sentimiento construye pero si no sale del corazón es
tente mientras cobro. Esos sentimientos que, incluso muy arraigados, caen como
un castillo de naipes cuando muestran su no ser, su verdadera cara, su
verdadera ruindad.
Con lo fácil que es ser para ser, ya digo.
No necesitas ninguna máscara, Juanito.
ResponderEliminarCon el semblante de tu alma al descubierto, es más que suficiente. Solo así, siempre serás tú mismo.
Abrazos alados!!!
No, pero si tenerla la tengo, Diana, lo que pasa es que no sé quitármela jeje. Gracias. Un abrazo
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