En
la voz profesional
no
hay adioses para siempre,
porque
le cierren los ojos
o
el trabajo le de muerte,
mientras
tenga algún resuello
la
mortaja que le espere,
que
aunque el mar parezca en calma
él
respira con los peces.
Hay
momentos en la vida
de
ceder a lo que viene,
tiempo
de asumir errores
y
de hablar por las paredes,
pero
roe el gusanillo
si
la edad tiene aún dientes,
que
si el miedo asusta al alma
luego
ella a solas se yergue,
y
golpea en el pasado
por
los muros que le escuecen,
los
que parecen eternos,
que
los otros solos ceden.
El
destino abre una puerta
y
la sangre está en luz verde,
solo
basta conectar
el
deseo a la corriente,
para
notar el calor
en
cada poso de nieve.
El
proceso es natural,
pero
sin metas celestes,
que
ese perro apaleado
hasta
al menor ruido teme
y
ahora le hace feliz
lo
sencillo de la suerte:
respirar
el día a día
el
cariño y sus vaivenes,
y
del trabajo lo justo,
que
siga hasta donde llegue.
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