Nunca fue el primero en nada ni falta que le hizo.
Ni una gota de sudor de más, ni un solo motivo para que nadie esgrimiese una queja.
Parco en palabras y gestos y por tanto hombre de pocos amigos. De los de verdad ninguno.
Dos hijos bien criados y bien casados, y una mujer que envejece a su ritmo son el orgullo que cimienta su vejez.
Dice que es feliz, así, a su modo.
No ha necesitado otra cosa que sentirse satisfecho de haber hecho lo que tenía que hacer.
A sus hijos les dio lo que tenía que darles, a su mujer la quiere lo que tiene que quererla, a lo recibido a cambio no le echa cuentas.
Nunca se enfrentó a nadie, jamás se peleó con nadie.
Nunca se dio un capricho porque no necesitó de esas cosas, tuvo lo que hacía falta, mención aparte para el vino y el tabaco que exigía y exige como un derecho.
- He sido un hombre con dos cojones, qué menos - repite a menudo, ahora que afronta sus primeros meses en la lista de los jubilados por la edad.
La compasión la odia.
- No estoy mal, no volváis a preguntármelo - gruñe a su familia cuando se preocupan por él
La verdad es otra aunque sólo bulle todavía como un cosquilleo ininteligible.
Nada que enturbie su ánimo.
Los primeros días de jubilación fueron algo parecido al mes de sus antiguas vacaciones cada Julio. Descubría cosas, la ciudad a horas inusuales del día, alguna serie o culebrón televisivo, algún libro aparcado desde el último verano, comer sin prisa y sobre todo no tener que madrugar. No tener que madrugar es la pedrea de los pobres. Claro que sólo parece un premio cuando se vive agobiado por las prisas. Él, en realidad, nunca tuvo prisa, a cada cosa le concedía su tiempo, solía decir que si algo no se remataba ese día que para eso amanecía otro y otro.
Es hincha del Real Madrid a muerte, también del Betis por andaluz, y odia el catalán, cualquier cosa que huela a Cataluña.
Se llama Julio y hoy, martes, cuatro meses después de jubilarse, después de tomarse el desayuno sobre las once, ha matado a Jacinta, su mujer, con el cuchillo de la cocina.
Una vecina de planta, íntima de Jacinta, oyó la trifulca y alertó a la policía.
Tuvieron que derribar la puerta.
El espectáculo que encontraron fue dantesco.
Jacinta estaba cosida a cuchilladas.
Julio estaba muerto a su lado. Se había cortado el cuello.
No hallaron ninguna nota. Nada que justificara el asesinato.
La vecina les dijo que no oyó el motivo con claridad, que él gritaba como un desaforado loco, que no era normal, que no recordaba ninguna discusión anterior.
Era un matrimonio modelo - repetía una y otra vez.
(de "En cierto sentido")
...nudo
ResponderEliminarmudo
queda
JUAN
ante
la
soledad
y el
silencio
que ya
nadie
ni nada
podrá
remediar...
un fuerte abrazo amigo mio:
j.r.s.
El que escribe lo vive en su mente, y da frío pensar... que alguien sea capaz.
ResponderEliminarY los hay casi a diario, y sin motivo, que para llegar a esto, aunque lo crean, no hay.
Un abrazo, Jose