Silencioso,
cavando su horizonte,
y conmigo adentro
por unas cuantas nubes
y calles
al temblor del viento,
con la voz suelta
por la lisura de sus pechos,
colgado de su piel universal
con la sangre en cruz
y los ojos tejiendo cada
rincón
en cada salto.
Caminito de andamios
a pájaros
del verde ayer
que solo llevan a preguntar,
por su mitad retocada,
para qué la ida y la vuelta
al galope
por las ramas del horror.
Flotando
por sus besos de leche,
acodado con acento
obediente,
suaviza sus balcones amargos
y florece al espejo del río,
todo lo que cada instante
germina
en su frescura reciente:
ese pan de sentido mudo,
y del Rey en su nombre
y otro milagro.
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