La escasez de trabajo en este otro año aciago de la crisis, el peor según mi opinión, es acuciante. Pocos ciudadanos se aventuran a gastarse su dinero, y de ellos, unos lo afrontan porque la vida sigue y pueden permitírselo, otros porque ven una ocasión idónea para ahorrarse unos cuantos millones (digo bien aunque en pesetas) a costa de empresas que buscan, a costa del precio que sea, trabajar.
Una obra para la que antes pedían dos o tres presupuestos, ahora solicitan hasta diez, y no más porque quizá sean esas las empresas que queden en activo.
Es como una chocolatina en la puerta de un colegio. Una para todos. Y se desata la guerra.
No se piensa en cuanto se debe ofertar, sino cuanto va a ofertar este o el otro –algunos de amargas referencias-, sin pensar que el material es el que es y cuesta lo que cuesta, que los impuestos son los que son, que los trabajos no pueden elaborarse sino hacerse, y cuanto antes mejor, que aunque les respalden obras de calidad hacer chapuzas es inevitable, y pueden cerrar todas las puertas.
Ya se sabe que el mercado es libre y cada uno puede cobrar lo que le parezca. Pero este no es el caso. El único caso y que atañe desgraciadamente a empresas que sobreviven a duras penas, es que así ni se come ni se deja.
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