Paseo
un día de abril
con
la mirada de invierno
hacia
mi sitio en la vida
que
sigue estando muy lejos.
Voy
rozando sus puñales
y
no me asustan mis miedos,
ni
enfrentarme al cruel villano
que
aún guarda mi secreto.
Siguen
mis pasos de tierra
por
el azul del silencio
con
las palabras en alza
sin
que las ate un cimiento,
tan
valiente en la hoja blanca
como
ante tus ojos, ciego,
pululando
en la belleza
sin
mecerme en sus adentros.
Paseo
sobre el vacío
como
un eslabón del tiempo
con
la piel desordenada
y
el corazón siempre ajeno,
conquistando
las afueras
sin
que me alivie su peso.
Un
paseo que, despacio,
deja
a mi muro indefenso
con
la infancia en los escombros
y
en el resto mil pretextos
para
que atienda la culpa
otros
asuntos más serios.
Luego
el rol de lamentarse,
no
ver nada en el espejo,
y
en la memoria del mar
gestar
un nuevo comienzo,
todo
en sí como otra duna
que
se pierda en lo desierto.
¡Cuantos
mundos de naufragios!
¡cuantos
escriben al cielo!
¿Qué
hice contigo y conmigo?
¿Qué
sol se apaga, latiendo?
Paseo
hilando un pasado
que
forja ser hoy del viento.
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