Para
volver a barro no he vivido,
sin
alas, como un pájaro de huesos,
ni
a la sombra de un cielo no nacido.
Hay nombres que en mis nubes siguen presos,
maduros,
con los sueños por delante
y
los ojos de lluvia al sol impresos.
El
tiempo sigue siendo el aspirante
que
a sentirse milagro hace de arena,
no
de mano que gire hacia el instante.
Y
sangres sin lugar, de vena en vena,
frenando
en las afueras de las cosas,
conquistan
los temblores de la pena.
¿Por
qué buscar cimientos en las glosas?,
¿por
qué coser raíces a la lumbre?,
¡Ay!,
¿para qué volar sin ti a las rosas?
No
es posible crecer en la costumbre
si
es futuro eslabón de la ceniza
aunque
ardió en los principios a la cumbre.
Con
el reloj sin patria se agudiza
el
rumbo impronunciable del destino
que
en su propia sombra rivaliza,
y
forcejea hollando en mi camino
sacando
a flote al alma inamovible
que
vive ser a espaldas de su sino.
Esta
lenta espiral inmarcesible
lleva
consigo inscrita mi ternura
aunque
sea silencio en lo invisible.
Como
eterna contemplo a la locura
del
verbo que me lleva hacia la infancia
junto
a esa voz que abrazo en la aventura.
Y
quizá en sí confunda la distancia,
mas
nunca la costura de algún beso,
de
algún abrazo asido a la constancia.
Un
sueño azul que encumbro en mi receso,
muriendo
entre la vida que huye al hambre,
forjando
en lo pequeño mi regreso
sin
sentir a la luna en el alambre.
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