Todo
ascender a una cumbre
lleva
a sí su precipicio,
como
en surcos a tu nombre
caen
sombras desde el trigo.
Tanta
infancia noche adentro
que
se extingue en los caminos,
habitando
en los escombros
con
el mundo dando frío,
me
hace arder entre los mapas
por
volar cielos de niño.
Alma
blanca que, difusa,
tiene
un hábito de abismo,
con
el verde calcinado
y
su fruto en él tendido
como
el reino agonizante
de
un desnudo pergamino.
Visten
de agua lo desierto
tantas
nubes de tu hechizo
que
descargan rebeldías
por
los silenciosos himnos,
y
en sus páginas de sangre
brotan
símbolos marchitos,
versos
con razón de ser,
sol
a un rostro entretejido
(Marca
el rumbo la deriva
de
la luz por puro instinto).
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