Me
dicen adiós tus ojos
donde
comienza el camino,
y
se aleja en ti, latiendo
el
amor, fuera de sitio.
En
las lentas intemperies
sigo
un rastro sin sentido,
si
en la sombra que me enhebra
hay
derrota de mí mismo,
que
es andar en la memoria
por
tu rostro nunca visto,
como
si eso fuese mundo
y
su luz no fuera frío.
Viste
el día cerca-lejos
de
calores a lo tibio
con
un dedo sobre el mapa
a
la cruz de lo divino,
y
asomado a lo inmutable
que
suspira en el Olimpo,
deambulando
el corazón
del
incendio al laberinto,
mil
nombres pasan de largo
y
el tuyo en mi mano, fijo.
En
la orilla de retorno
el
silencio no hace ruido,
del
cansancio hasta la luna
queda
todo el cielo escrito,
desde
el adiós de tus ojos
al
secreto de estar vivo.
La
compleja arquitectura
del
poema más sencillo,
camina
hacia toda piedra
con
tu adentro en el oído.
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