Acabo de recibir una carta con mi vida laboral. No debería quejarme si a mis cincuenta y tres ya tengo cotizados casi treinta y tres años.
Cerrado el acuerdo (o pantomima, aunque necesaria) gobierno-sindicatos en la edad tope con que debemos jubilarnos les queda la satisfacción de los Méndez y Toxo de haber rebajado en algo de tiempo la cotización que exigía el gobierno: treinta y ocho años y medio para una jubilación con el cien por cien a los sesenta y cinco años.
Los cinco años y medio que me quedan no parecen problema en mi caso visto el camino andado aunque nunca se sabe –toco madera-.
Y podría haber sido mejor si de mis catorce a mis veinte años las empresas en las que estuve me hubiesen dado de alta, pero en esa época tanto en la cerámica como en la construcción la mayoría sólo firmábamos un papel en blanco, imagino que para asegurarnos a toda prisa sólo si ocurría algo.
En fin, casi toda una vida trabajando, pagando impuestos cada mes, para lograr tras un pequeño sprint –toco madera-, jubilarme con la edad de siempre, o anticipada, y así poder cobrar unos cuantos años hasta… -vuelvo a tocar madera-.
Muchos de mi generación y de algunas anteriores podrán decir lo mismo.
En cambio en las nuevas generaciones difícilmente logrará alguien acumular tamaña cifra.
Con toda seguridad nadie.
Eran otros tiempos.
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