Gusta el optimista. Cae bien a la gente. Y cría adeptos. Quizá porque anima a embarcarse, a dar ese pasito adelante que ya no pisa en firme y está más cerca del sueño que de la realidad.
Un jefe optimista, un director de banco, un alcalde, un jefe de gobierno optimistas dan pie, transmiten felicidad, paz, esa tranquilidad que convence a la leve o enorme locura, o cuanto menos al “Y por qué no” en tantas cosas innecesarias o absolutamente innecesarias.
En cambio el pesimista ha sido, es, seguirá siendo mal visto. Son gentes que no se fían, que no dan pasos sin ver, gentes que miran demasiado su cartera y cuentan hasta tres acaso para gastar uno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario