Somos tan cerrados, tan aisladamente nuestros que cuando alguien poco conocido se detiene a decirnos cuatro cosas, a hacernos alguna gracia lo tomamos por idiota.
Tenemos todo cerca, y el resto atado, no intenta sorprendernos lo que sabemos de sobra, nuestro vivir y sinvivir son dos extremos que aunque repetidos siguen jugando a ser. Es tanto, como lo mismo, o nada. Como un tren que no ha de salirse de la vía. Bellos lugares ajenos que cruza de paso. Mucho mundo y evidentemente ninguno.
Que no vengan a contarnos nuestros credos extraños rompiendo el dique de lo creado, que no vengan con sus risas contagiosas tendidas en las manos; están consumidos los rostros transparentes, la soledad tiene puerta pero está cerrada, abrirla es un lejano oído, un vicio ya sin causa, una sensación ciega.
Con la risa ocurre que cada día al mostrarse se diluye.
Es así.
Hoy alguien se detuvo a decirles cuatro cosas, a hacer alguna gracia a varios obreros en plena faena en la calle y lo tomaron por idiota.
Yo también.
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