Se enfrenta la gente al peor momento de la crisis como puede. Se acabaron las reglas, el guardar la cara a amigos o conocidos. Es ahora una carrera de cada uno en conseguir lo básico para ir tirando hasta el punto aún imaginado del final del túnel donde aún no se ve la luz del día. Los hay que no necesitan la suerte, los hay con suerte, con alguna suerte, y luego están los desesperados, esa barbaridad de gente de la antigua clase media baja que ya ni siquiera busca lo que sabe que en ninguna parte hay para nadie.
Final largo aún y agónico. De arrimarse, realizar cosas impensables, rozando, vulnerando la ley, o haciendo de tripas corazón cosas que de ningún modo les saldría del corazón.
Mientras tanto el dinero agazapado en el bolsillo de aquellos que lo tienen, motor que arrancaría al menos la ilusión, cría entre fajo y fajo polvo y malvas esperando una mano en la que poder confiar.
Curiosa espera. El rico espera, el gobierno espera (por esperar), el pueblo espera, y la crisis pasea campeando a sus anchas.
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