La vida se nos cierra anochecida.
No hacen ruido sus pasos, no sabe de tiempo
su niebla, de mañana ni de ayer mismo.
No hay espacio para la claridad ebria de luz,
para el agua apacible, no hay sitio para conocerse.
Son sus voces un ruido amargo,
su mar un horizonte de vuelta continua a la orilla,
son sus brazos un sueño inocente sobre la lluvia,
sobre otros cuerpos en nuestra ausencia.
En secreto contamos los días que esperan en la penumbra,
las horas dispersas sin aire,
los signos que nos conminan a vivir sin instantes.
Todo y nada.
Contamos todo para nada
mientras nuestro cielo yace sobre la tormenta
invasora, solidaria, que lenta pasa, que no regresará
jamás
ni nosotros seremos nunca aquellos bajo su sombra.
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