Hoy ser joven no es tarea fácil para aquellos que no aceptan la situación y horizonte de su presente aciago. No hay modo natural de integrarse a la carrera de inicio en sus vidas al trabajo que suponen tener inclinación, y derivado de él a su propia independencia y capacidad propia de subsistir, y derivado de ello a formar una familia, tener hijos, a hacer lo que cualquiera ha soñado durante generaciones y generaciones.
Deambular en la edad, tener las manos atadas en la plenitud mental y física va dejando por el camino una legión de mocetones de mirada perdida y brazos caídos, mocetones que empiezan a vivir desde la dependencia, la indigencia personal, que caen en los excesos a que aboca la desidia por la perdida de demasiados valores básicos.
Ser joven sin aspirar a nada deja huellas en el deseo, voces deshechas de preguntarse, y al fin ante tan insalvable desgracia, la catástrofe de su destino, qué puede hacerse sino descender a ese frío mundo de cultivo al olvido.
La fe ha de tener origen, el ánimo se alimenta de ánimo, y a la desidia sólo le basta que no tengan nada en que pensar.
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