Parece mentira que, sin malos rollos, empujones o cosas por el estilo, cada persona ocupe su sitio. Lugar de mayor o menor recorrido que identifica al sujeto que lo habita y que se desvanece a su muerte pues no serviría tal cual para nadie. Somos únicos y el entorno una flexible muralla para un recinto no elegido. Nadie elige donde nace y nadie puede desligarse de ese hilo umbilical; se puede ser de donde se quiera, añadir a lo inamovible lo que sea que nos parezca bien, personas, cosas, valores, pero nunca nacer de nuevo.
Parece mentira que de miles de millones de personas vivan sin estorbarse y sea cada una interior y exteriormente identificable. De la cuna a la tumba falsos –a ratos creíbles- reyes de sí mismos. Seres libres en el finito patio de sus cárceles.
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