Al
silencio, más fiel lo haces callando
y
en esa mina el otro se engrandece
siendo
una voz de dos de ordeno y mando.
De
una en una tu tibio ceder crece
y
aquel grano te trajo este vaivén
que
a su santo capricho bien te mece.
A
la mínima voz, el primer tren
te
lleva, con los temas a tu espalda,
al
paraíso tras decir amén.
Nunca
creyendo estar bajo su falda
si
la vida te trata como grande
e
incluso, ser, a muerte te respalda.
Cuando
llega tu NO mande quién mande
no
arranca un gesto dócil de la piedra
ni
existe modo humano que la ablande.
Y
ahora, tanto está bajo la hiedra
que
ni arde al sol ni escucha el pensamiento
y,
ciego, entre los viejos sueños medra.
Dime
¿qué solitario sentimiento
se
yergue de los ojos compartido
tras
su eterna espiral de desaliento?
Ningún
cambio te borra lo vivido
y
quién está tan hecho a su aire vuelve
por
más que cubra un velo lo que ha sido.
Delegar
en silencio te disuelve
si
es hablar el pilar de la atadura,
la
magia peregrina que la envuelve.
Así,
la muerte frena la aventura
si
ya como universo no enamora,
sigue
con hambre escasa de locura
y
solo los fracasos los explora.
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