Pensar que del 31 de diciembre al 1 de enero cambia algo –salvo los precios- es de ingenuos. Ingenuidad que, dada, hace un balance ilusorio donde la superficialidad se hace ama y señora del deseo.
“Lo pasado pasado está y para lo que venga aquí estamos” es un lema interior tan viejo como el mundo y que en mis treinta años de autonomo en mi profesión he vivido como unas treinta veces.
Nunca se espera que lo nuevo sea peor por mal que se deduzca, o incluso se tenga la completa seguridad.
La ilusión es una realidad futura. Un arma que nos tranquiliza. Un paréntesis entre el dardo y la diana donde la fe nos tiene.
Pensar en mañana no es malo si lo de hoy no queremos ni pensarlo. Aquel que esté a punto de caer intentará agarrarse a algo aunque sea a una utopía.
Soñar aún sigue siendo un don o un sufrimiento muy barato.
Que lo real es esto, que hoy nada tiene solución, que el pasado es como una nefasta u negra sombra, que no se ve luz a dos pasos, que no es lógico ni humano seguir soportando lo insoportable –cada uno en su escalón debido-, sí, pero qué hay de ese bebé pillo que pugna por salir a patadas de su madre muerta, de ese niño que veremos crecer aunque sea riéndose de nuestras desgracias en nuestras mismas narices, de ese otro adulto, llámese 2011 o como se llame, que tendrá sólo un año para ser venerado o repudiado hasta desaparecer.
Veremos a ver, que seguimos diciendo todos medio ciegos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario