La pereza a causa de la falta de motivación hace tiempo que se extendió -se extiende- como la pólvora entre los jóvenes que creyeron –creen- una pérdida de tiempo estar frente a un profesor aprendiendo no sé qué.
Así que desde la perspectiva de estar haciendo algo pero sin hacer nada asientan la base de lo de luego, un futuro que ya les han dicho –les dicen- voces que no tienen.
Una aciaga visión de futuro que en forma de desidia les plantea la absurda tarea de memorizar si el Guadiana pasa por Toledo o si burro se escribe con uve.
Así aprender por aprender estando convencidos de que nunca van a llegar a nada lo dejan para cuatro jóvenes idiotas, un grupillo de empollones que aún beben del modo de muchos jóvenes de antes, esos que ya cincuentones o sesentones todavía se saben los ríos y capitales del mundo de carrerilla, las preposiciones de un tirón y con música, hacen las cuentas a boli y no tienen apenas -o ninguna- falta de ortografía, y lo que es peor, aspiraron a tener su propia empresa o a ser lo máximo posible en la que quiera que fuese.
“Hay que vivir la vida, eso para qué sirve, la culpa la tiene el profesor, el sistema, mi padre, Perico el de los palotes” son lemas de buena parte de una generación que sin darse cuenta se construye sin cimientos y con los muros de arena.
También es cierto que les atenaza el actual sistema, el cúmulo de libertades que les permite escaquearse, que se sigue gozando demasiado tarde aunque mucho y más de lo logrado y sufrido, que es más fácil ceder al rol de la mayoría, ser uno más de lo que hay.
¿Para qué, para qué?, se preguntan y vuelven a preguntarse sin darse cuenta que en forma de pescadilla que se muerde la cola.
Mal propio y de otros, si para colmo muchos de ellos –porque algo hay que hacer en la vida- serán profesores mañana.
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