4
Los
labios que queman a la rutina y visten un tiempo de soledad la
ceniza, no pueden volver a pronunciar lo moldeado, como si nada.
Cambian
los rostros, la flor en el oído, y todo intercambio que camina en la
llama. El fuego consume, y la tiniebla deja un viento que tiñe y
sablea.
Regresar
al amor inmóvil no lo hace empuñar la
intensidad, si entre la
pasión ha usado el arma blanca.
Ahora
somos palabras y sueños relámpago, va vivir en cabestrillo, con
camuflaje y versos de cristal. Y late morir como morir del todo, pero
despacio, con el sol y las noches selladas, o sea, en sí sin sí
mismo.
Y
en tan poco de nada, en desbandada, otro borrón es otra cruz en la
llanura, bajo la cúpula que cada vez más descorazona y lleva a nada
realmente a nada, aunque viniese de vivir de silencios y ojos, de la
irrealidad que va rasgando lo verde del mundo, de la verdad que cerca
a pleno sol a la razón y al sentido.
Repararlo,
vuelve a ser tan fácil como encadenarse a la sangre que desprenda tu
voz, sin celosía, sin entrelazarla a la sombra que agrede y abisma,
sí, como esclavos de nadie, solo de la sed que, enceguecida, nos
bese.
5
Tener
el mar va de cuerpos azules y olas del cielo en rojo y rosa.
Caligrafía
de color que funde el crepúsculo a los ojos del agua por decir
palabras al aire de la hoja blanca, disueltas a cada latido que el
sentirnos precipita.
Como
mar tiene su luz en el rostro que ondula echando pulsos a las noches
más boscosas, a los desnudos de niebla con detalles que esparcen la
piel en la opresión de los espejos, desgajando lo oculto hasta su
cúspide de enrejada claridad, su verde amenaza.
Y
son mares de epopeya que devuelven adolescencia a la lucha, con el
verso inmortal en la mirada que los sueños incendia, y que les
susurra, rodeado de andar a ciegas: vístete de la vida misma, y crea
realidad.
Mar,
mares de tiempo, desamurallando cristales de los postigos del nunca.
Pasiones
innatas de ser.
6
Las
primeras imágenes ya tenían un cruce entre flor y poema, un
pestañeo de nubes y manos de fracaso, como un estallar de noches
vacías por volverse constelaciones, o jardines del paisaje.
Luego
fueron llamando a morir entreabriendo vivir del todo como diamantes
en rebeldía de su propio dilema: ser escuela de los ojos, música
que, en silencio, apuñale al corazón.
Alimentando
poemas hacia lo hondo reproducían el choque entre el cuerpo y la
palabra, como coral de instantes que, al trenzarse, resisten herrados
a lo difuso., como poesía enarbolando lo inevitable.
Imágenes
de imágenes que repiten sus blondas del alba y, aunque arañan lo
cárdeno del pasado, su agostada huella, las va desvayendo la
juventud del aire.
7
Recorrimos
lo entregado a los ríos -chispazos a contar con los dedos-,
retraídos y al tiempo sustentando los astros.
Trazos
en la vida pintada, pulseras sin abalorios, el justo saqueo,
enlazarse, apenas, en el camino de la luz, fueron quemando adioses en
la sombra.
Y
nacía el poema de un segundo descalzo, de inviernos al quemarse, de
una mínima ofrenda a vivir: lunas que volverse tus ojos.
Recorrimos
ser en la distancia, deletreando todo silencio que caía amanecido,
cosiendo esperar en los cristales al viento, lo blanco más puro por
decir tras todo lo dicho, buscándote.
Luego,
al sol, los ojos tenían las hojas temblando, el sonido del mundo en
la boca la razón de ser niño, y todas las llaves de plata esperaban
beber de los campos que crecían, verbos al otro lado.
8
La
confianza que es la geografía de un cielo diminuto ve todo lo que
puede ver.
Al
saltar la linde borra la gramática del recuerdo y queda apenas el
olor de la lluvia junto al monstruo que golpea el tejado de ser, si
encierra al mar y deja fuera su sonido lleno de peces, si todo duda
en las lenguas del frío.
La
confianza que sopla mentira a la llama solo verá en viento en su
espejo y ceniza en el oído. Y de no escuchar lo que no cree, ni
llega a oír, viene el hacer que anda por el polvo. Tierra, barro,
que no obra si no llega firme a formarse.
La
confianza es infinita si conserva su inocencia, mas comienza a ceder
si se vuelve oscura y se asoma solo al dolor de las cosas, porque en
los fauces del rencor acecha el no ser nunca plena.
La
desconfianza nos despoja de la noche azul, de la piel rosa y los
pechos de nieve, deja a todo amor en prenda con un campo ajeno de
poemas. Un fruto, a veces, inmaculado que la sombra del puñal
ablienta.
9
Cuando
a amar se le tiene cariño solo se tiene cariño.
Te
quiero es el verso final que al cariño incendia, que emborrona a los
rostros que empuñen algún encaje de sol, algún astro en el mar
que reverbere.
Regresar
tiene el bosque oscurecido de andar a ciegas, si no merodea el azar
de niño.
A
ver luz ventea el cariño, a yacer por instantes que aleteen el agua,
que llamen vivir a morir raptando el aire, aunque sean coso donde
lata pronto la hoguera.
Sueños
de la mano robada que recorren celosías del paisaje mostrando su
rosa negra, con poemas por escribir sin el filo del hacha, palpando
al castillo en la palabra, bebiendo a sorbos la luz que cambia.
Dirá
el cariño así fuimos, y quedará escuchar a los caminos que crecen,
a los golpes que aúllan y envenenan, y no habrá madeja en la cima
de la muerte,
si
amar no tiene hilos.
10
A
veces nos habla la piedra tras mil años de olvido -nuestra corona
terca retando a como queremos ser-.
Tiene
la cara sin continuidad, su función se sella a sustentar la cerrazón
en el pasado más profundo, y su voz es un repertorio de mar aguado y
pozos de despedida.
Es
piedra conjurada a vernos ajenos, a lo más turbio, cárdeno de los
sueños, como mano que simula caridad, si ofrece un futuro de
escapularios y letanías a la luz.
Embozos
donde chirríe todo culpa.
Piedra
que cañonea para decirnos que el verde será hojarasca, y su efímera
maravilla pronto será pasto de la noche muerta, así que para qué
seguir por la duna a la vida negra, para qué el carrete del hablar
descalzo.
Su
ruptura es el oro cortafuegos, la asonada que desenreje a la rosa y
llame atadura a amanecer, que explore un sentir desmantelado.
Piedra
que yergue un tiempo, altiva, los silencios, y que salta en mil
pedazos porque soy de ti.
11
Para
volverte poema te pido un beso.
En
la memoria asaeteada, como un ahogo secreto en lo abismal, se prende
la estopa a alguno que salvó de morir helados.
Volar
en los labios, como un aleteo de libélulas rozando el agua,
pulsar
sus cuerdas de guitarra, e ir profanando poco a poco su lenguaje de
lava, su relieve recamado, hasta hundirle los ojos, el rostro, la
sangre y los huesos, hasta sentir en tu boca el cuerpo arracimarse,
para volverte poema, para que lata el verso.
No
hay poema en la hora inmóvil, batido está el deslumbramiento,
defenestrado el resplandor por tanto soportal de tiniebla, y así se
agiganta la respiración ardiente, el ansia que palpa el vacío con
los ojos vagabundos, abrasada a una imagen, madre ya de todas las
estrofas,
un
beso que te verse.
12
Incendiar
lo difuso configura al pensamiento que anda prendido de esos momentos
a que nos empuja lo dorado de sentir.
Interludio
acechante, por el repiqueteo en la partitura desollada de la luz.
Como
palidecer a ese instante que entrelace los dedos a la danza de tu
mano, que silencie nuestra voz donde tiene la cara, su tacto
aterciopelado, y tomemos camino a La forma del agua.
Unidos,
yendo, hacia un fondo de imágenes muertas, si el motivo es un ciego
rato de roces y húmedas caricias, de ojos que van y vienen del otro
lado del mundo, de brazos alrededor de la cintura, al vaivén que
deshaga, suave, la soledad, toda la existencia consumida.
Cielo
y primavera de la rosa blanca, en un cine estrecho, abovedado, que
tiembla y enmudece ante un vestido de besos, hasta ir muriendo en la
vida viva del tiempo que al talle se ciñe, y que persiste, ahora, en
una historia también de grises del amor.
Luego,
ese dulce abandonarse a un paseo que alumbre los detalles, hacia las
manos de pan y los ojos volando sobre la mesa, hacia ese milagro que
presuma de noche con la boca torcida, en otro rato que vuelva a
detener a los días que pasan.
Que
la sangre no salga a borbotones, que se frene en el soportal la
llama, aguarda de la realidad su arboladura, el deseo soldado al
azul, pero ya llevando arrebolada la fantasía, el pensamiento como
eclipse, y la cara pintada con luz de guerra.
13
El
fantasma de la cordura a sí nos encadena si desatiende a la razón
del sentido de todo amanecer el ser que cabalga el verso pero que aún
no sabe amarte.
Las
antípodas de cal son los hechos de arena.
¡Con
qué facilidad disfraza lo moldeado a la página que sangra! Nacer
apenas, y hunde la niebla amarga a vivir en su naufragio, no dura en
los pechos la gloria, ni la hoguera romántica.
Quedan
atrás, en el túnel, los años que rezuman lejanía, el humo que
empuña la antorcha del arenal, alguna máscara al asomarse a la
sombra del poema del papel que crujía de blancura, prieto correaje a
sueños de nadie tensando la línea en los ojos cerrados.
Y
en ese cruce, trajina y se encasquilla la pátina de ser siguiendo a
la voz que gira en la dicha con la mente rezagada lapidando
instantes, como himno que llueve y no tararea la mano escondida,
acaso
por tener la piedra y la flor en el ocaso que se resiste a ver en los
ojos que aman.
y
14
Fue
costumbre la indiferencia a los días, hacerle un torniquete a la sed
de tiempo, reinar contra el mundo derramando voluntad a falta de
entender lo infinito de adentro.
fue
un ir despertando a dormir de miedo si girar en lo invariable iba
entrando en su cruz y las gotas últimas, sintiendo a sentir en al
vieja taberna con el codo ennegrecido.
Existir
era ahora una dulce mordedura que en el pensamiento devoraba hasta lo
oculto, un adonde insumiso aunque partiera envejecido, y que
perseguía a la muerte para acabar perseguido por la otra muerte, esa
ebria que fluía azul y ponía alas.
Era
un reverdecer sencillo, gota a gota, porque el mar ya iba llorando en
tus brazos, era un único cauce a las llanuras de la luz, de vaga
esperanza, de destino suspendido en un cielo apacible, pero que
llovía, nos llovía, con un fino abrazo de cortezas de cal y sabor a
bosque.
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